Translate

sábado, 6 de septiembre de 2014

1564. De cómo Cádiz le puso puertas al campo

Grabado de Cádiz. Civitates Orbis Terrarum,
Georg Braun y Frans Hogenberg, 1564


No se le pueden poner puertas al campo. Cádiz lo intentó y fortificó su ciudadela con la primitiva Puerta del Muro, orientada y próxima al W y SW (1). En su interior el Castillo de la Villa —hoy derruido— levantado sobre el teatro romano de la iocosa Gades

De una fecha tan temprana como 1564 se conserva uno de los testimonios iconográficos más valiosos y útiles —definido por el historiador Juan Antonio Fierro Cubiella como "la primera estampa folklórica gaditana"— (2), para documentar la prehistoria de los bailes y cantes andaluces.



En el extramuros del recinto, en el estrecho camino que unía la ínsula con la península, entre retamales y acantilados de la playa atlántica y el saco de la Bahía (en donde se percibe, a la derecha de la imagen, a unos pescadores calando un arte de tiro: copo o boliche) figura una interesante representación escénica. Once personas, entre cinco mujeres y seis hombres, ataviados con las vestimentas propias de la época, definen claramente una escena de baile, palmas y percusión. Tres instrumentos parecen claros: platillos (figura masculina de la derecha); pandereta hueca con sonajas (figura masculina a la izquierda del anterior) y tumbadoras o congas (figuras masculinas agachadas). Una pareja baila en el centro y en derredor, a modo de corrillo o rueda, dos (al menos) palmeros marcan los tiempos de la melodía a los danzantes, junto a los anteriores.


Para que el lector complemente la extraordinaria imagen iconográfica de arriba y contextualice en el tiempo el grabado, mostramos un mapa de 1570 (de seis años después), uno de los más antiguos conservados, con la descripción del Castillo de San Felipe (Philippo), Puente de Suazo, el Castillo de San Romualdo o las Torres de Hércules con su almadraba.



Una perspectiva similar nos ofrece este grabado de Georgius Houfnaglius también del siglo XVI (1572) de las Torres de Hércules con la almadraba de vista o tiro situada en el (hoy) término municipal de Cádiz, en las inmediaciones de la actual Torregorda, en la que se percibe el itsmo, con Cádiz al fondo con la Puerta del Muro; las embarcaciones a uno y otro lado de la mar atlántica y Bahía, y los almadraberos arrastrando los túnidos en la pesquería:



Obsérvese en el ángulo izquierdo inferior de la escena representada, cómo, junto a la hoguera en la cual un grupo de mujeres asan viandas —y por descontado que un atún fresquísimo— se tañe una primitiva vihuela:



Cerremos los grabados del siglo XVI con una preciosa vista, desde el otro ángulo, ahora desde el islote de San Sebastián en la Caleta de Cádiz, que muestra la Puerta del Muro al fondo y en primer plano la ermita y el corral de pesca que había situado allí:


Este grabado de los corrales de la Caleta, de 1572, es una de las imágenes iconográficas más antiguas, conocidas, del arte del corral de pesca. Se aprecia perfectamente el cerco de piedras, orientado al NW —sabiamente al socaire del viento de levante— y muestra dos mariscadores: uno, capturando a una de las piezas encerradas; y un segundo escrutando la poza, más el catador del corral, con el gazapete al hombro y el sable en la cintura. Asimismo, están dibujadas distintas especies que han quedado atrapadas con la marea:


SON DE PIEDRA Y NO SE NOTAN.

La Puerta de Tierra, 1925. Óleo sobre lienzo de Federico Godoy






No se le pueden poner puertas al campo (repetimos). Aun así, Cádiz lo siguió intentando y le puso una nueva puerta a su frente de fértiles huertas. A su campo le colocó la Puerta de Tierra, con una fachada de mármol que, al decir de Juan Ramón Cirici, "más recuerda un retablo religioso que una fortificación militar". Para referirnos a ella hemos de hacerlo en plural: las Puertas de Tierra (¿plural desde entonces por la apertura de sus arcos?).


La actual Avenida en el siglo XIX. Irreconocible camino polvoriento que
atravesaba toda Puertatierra. Fondo Antonio Accame. AHMC

Pero si nos referimos al conjunto del Cádiz de extramuros, hemos de prescindir del artículo determinado y denominarla, con el genérico: Puertatierra. Por esa razón, cuando Antonio Machado Demófilo transcribió la emotiva seguiriya de Silverio Franconetti, acordándose éste de su amigo Enrique Ortega el Gordo Viejo, lo hizo prescindiendo del artículo femenino, porque se estaba refiriendo al extramuros y no al monumento, más concretamente al Cementerio de San José, situado en el barrio del mismo nombre, decano de Puertatierra, o sea, lejos del Cádiz urbano, antiguo, cuya linde marcaba y marca todavía el frente amurallado de tierra:

                      Por Puerta e Tierra,
                      No quieo yo pasá
                      Porque m´acuerdo 
                      e mi amigo Enrique
                      Y me echo a yorá. (3)

Idéntico uso se hizo en esta seguiriya, asimismo recopilada por Demófilo en su Colección de cantes flamencos:

                      Ayá en Puerta e Tierra
                      En aquer rincón
                      Están los güesos e la maresita
                      Que a mí me parió. (4)


Si difícil es ponerle puertas al campo, más difícil es ponérselas a la mar. También Cádiz se la puso y con el derribo de la Puerta del Mar, allá por 1908, perdió una de sus grandes singularidades arquitectónicas. Hasta cinco hubo. ¿Será por puertas?


Foto: Ramón Muñoz







Primer tercio del siglo XIX. De forma paralela a las actuaciones preflamencas y flamencas que en Cádiz se programaban en sus coliseos (del BalónPrincipal, junto a teatros de menor entidad y aforo como los posteriores CircoEslava...), en donde El Planeta y Lázaro Quintana entonaban polos y jaleos "quejumbrosos", se producían muchas actuaciones en el extramuros de su recinto. Aparte, claro, de los cafés cantantes y de los patios y casas de sus gitanerías (principalmente de Santa María y La Viña), había un núcleo clave en el que se desarrolló y gestó el arte flamenco gaditano y ese fue su término "beduino", con ventorrillos esparcidos, que aliviaban el camino de la lengua de arena y retamas que le unía a San Fernando, con una población, entonces, muy residual, que englobaba a sus dos principales barrios de San José y Puntales.


1866. Grabado de Gustavo Doré.

Hoy mostramos un fardo que el viento de poniente ha depositado en los bajos rocosos de Las Leonas. Viene con noticias toponímicas muy descriptivas, de un Cádiz de anteayer, contándonos qué hacían los gaditanos del siglo XIX en el Miércoles de Ceniza. Lo firma un misterioso pseudónimo: OCUOR y fue publicado en Diario de Cádiz, en el año 1902, bajo el título: Recuerdos de otro siglo y el subtítulo El Miércoles de Ceniza. Evoca una época pretérita conocida por el escribano, lo que nos induce a pensar que sería un señor de muy avanzada edad, de unos ochenta o noventa años en el momento de redactar la colaboración para el decano de la prensa gaditana. Así, es posible deducir —creemos que con bastante proximidad por distintas referencias que proporciona el texto— que describe la ciudad, hacia el año 1830, aproximadamente.

                   "ACTUALIDADES

                   RECUERDOS DE OTRO SIGLO
                   EL MIÉRCOLES DE CENIZA

Cual acontece en otras poblaciones tanto de España como fuera de ella, Cádiz tuvo y tiene en la actualidad sus originalidades siempre por descontado dentro de ese carácter especial que verdaderamente la retrata. Estas afirmaciones, entre otros casos que pudiéramos citar, viene á corroborarlas, la manera de celebrar el 'Miércoles de Ceniza' que allá en el pasado siglo y desde sus comienzos, tenía el siempre alegre pueblo gaditano.


Luego de concurrir á la imposición de la ceniza el vecindario, se dividía en tres grandes agrupaciones, formando en ellas cada cual, según sus gustos y sus aficiones, dirigiéndose á los tres lugares donde la celebración de este día se verificaba.



Siglo XIX. Haciendo el corro en las playas gaditanas

El barrio de Extramuros, la Caleta y el Muelle Nuevo, eran los sitios designados para aquel objeto. De una parte las reformas y de otras las transformaciones realizadas en ellos, tanto por la acción del tiempo como por la mano del hombre que hubieron de originar causas diversas, dificultan el poder formar exacta idea de cómo fueron á los que no alcanzaron á conocer aquela (sic) época, por más que intentemos reconstruirles, por la fácil razón de que las variaciones han sido tan radicales, que á veces podrá parecer exageradas ó quizá inverosímil la reseña de alguno de dichos lugares.


Y ya con estos antecedentes, entraremos en materia, no sin antes pedir benevolencia por cualquier omisión que pudiéramos cometer y que entendemos lealmente disculpables por el lapso inmenso que media entre aquellas fechas y la presente.



Plano de Cádiz, hacia 1800, próximo en el tiempo descrito. Fondo Museo de las Cortes

Escaso era entonces el número de 'ventorrillos' que existían en el pequeño barrio de Extramuros, proporcionado desde luego á su también escaso vecindario. Tres de esta clase de establecimientos se contaban en el Paseo (hoy calle de Augusta Julia), que termina en la parroquia de San José; todos construidos de madera, que sólo así el ramo de Guerra permitía estas fabricaciones; otro al término del arenal entonces (hoy calle de Adriano) y en las proximidades de la 'Segunda Aguada'; y el último, quizás el más antiguo de todos, en la 'Punta de la Vaca', inmediato á un pequeño fortín llamado 'Castillo del Romano', el cual reunía la circunstancia de tener un segundo piso levantado sobre la planta baja, compuesto de un sólo salón que venía a terminar por la parte que daba á la bahía, en amplio balcón ó mirador, desde donde fácilmente podía verse los días serenos y despejados la costa vecina con todos sus variados accidentes, desde Rota hasta San Fernando, las salinas labradas en el término de aquella ciudad, el Arsenal de la Carraca y cuanto existía entonces en la parte de costa de esta isla gaditana, comprendida desde el 'Río Harillo' (sic) á la batería de San Felipe. El panorama era interesante y al par bellísimo visto desde el ancho mirador, y allí acudían preferentemente las personas que se dirigían á Extramuros para celebrar el 'Miércoles de Ceniza'.




La concurrencia que no cabía dentro del ventorillo, se extendía por la playa de la 'Punta de la Vaca' en grandes grupos haciendo lo propio en los alrededores del 'Castillo del Romano', Guitarras y palillos instrumentaban aquellas fiestas, cantándose 'Polos' y 'Cañas' en unos; el 'Jarabe y el Frai Pedro (sic) en otros; la 'Guaracha' o el 'Velonero' en los más; y en todos aquellos alegres 'Fandangos', á intervalos, alguna hermosa niña, con su falda de medio paso, su alta peineta de 'teja', sus brazos desnudos, sus zapatitos bajos de 'tabinete' aprisionando los diminutos pies, colocada en el centro del grupo, bailaba el 'zapateado de Gabriela', apoyando su mano izquierda graciosamente sobre la cadera y levantando con la derecha el extremo inferior de su saya hasta el nivel de la cintura; rivalizando en agilidad y gracia con la 'Nena', la 'Petra Cámara' y la 'Naranjita', célebres boleras de aquel tiempo, cuyos innumerables triunfos en los teatros de España, y en algunos del extranjero, les hicieron alzanzar (sic), verdadero y merecido renombre.


Bella litografía de 1872. Mujer del barrio de Santa María
(obsérvese el primitivo faro)

En los demás ventorrillos y en sus alrededores se hacía lo mismo que en el de la 'Punta de la Vaca'; canto y baile, y manzanilla y marisco, hasta que al declinar la tarde comenzaba el desfile en dirección á la ciudad. Pero no anticipemos el final de aquellas fiestas, sin antes ocuparnos, siquiera sea brevemente, de 'El Retamal'.

El espacio comprendido desde la 'Segunda Aguada' al 'Castillo del Romano', que limitaba entonces por la parte de 'Levante' la playa, y por el lado opuesto una línea de hermosas huertas, era el memorable 'Retamal', de que tantas anécdotas se cuentan, como hechos acaecidos en todos los tiempos. Hoy puede decirse que ha desaparecido casi completamente, puesto que ocupan aquellos terrenos la vía férrea, la fábrica de gas Lebón, parte del suburbio de San Severiano y otras construcciones. Allí acudía, generalmente, en ese día, la gente flamenca, y eran de ver las numerosas 'juergas' que duraban hasta comenzar la puesta del Sol.






Era, por aquél entonces, costumbre impuesta por la jefatura militar de la plaza, abrir las cinco puertas de la ciudad al amanecer y cerrarlas al toque de Oraciones, á cuyo efecto, un corneta o un tambor avanzaba a la mediación del paseo, anunciando por tres veces con prolongado toque ó fuerte redoble, la clausura de la 'Puerta de Tierra', emprendiendo desenfrenada carrera hombres y mujeres, sin dar descanso a los pies, en evitación de no alcanzar entrada y ser indispensable pasar la noche en los 'Glacis'. Así concluía la fiesta, á la que se llegaba reposadamente, retirándose en su terminación de aquella manera tan molesta.

Un largo puente de madera sostenido por gruesos pilares de piedra, unía entonces el castillo de San Sebastián con la 'Puerta de la Caleta'.



Plano del puente provisional para pasar en todas las mareas desde la Puerta de la Caleta de Cádiz al Castillo de San Sebastián. 1800, Antonio Hurtado. Ministerio de Cultura. Archivos Estatales

Por la mediación del puente se pasaba á un ancho espacio que iba á terminar al mar y que limitaba en sus lados con el acantilado de las rocas; se denominaba 'El Enchinado' y allí se establecía la 'feria del santo', en los tiempos en que por ser fácil el tránsito al castillo el día 20 de Enero, el Cabildo Catedral conducía procesionalmente la imagen de San Sebastián, desde la Catedral Vieja, al repetido castillo, cumpliéndose así la voluntad del fundador de la antigua hermandad que lleva el nombre de aquel Santo.

'El Enchinado' ya dicho, era el punto elegido para la celebración de aquel día. Los aguajes en esta época del año permiten 'mariscar los erizos', siendo esta la diversión principal á que la concurrencia se dedicaba con frecuencia, sin olvidar por esto cantos y bailes que duraban todo el día, hasta que la corneta ó el tambor ponían, con su imperioso llamamiento, fin á la fiesta.



L´espagne a vol d´oiseau. Cadix vue prise au-dessus de la farola.
National Maritime Museum London

En los tiempos á que nos referimos había constantemente anclados en nuestra bahía un buen número de buques dedicados al tráfico de cabotaje, llamados 'Lonchos'. La especialidad de estos barcos consistía en la venta de bacalao ya condimentado, galletas y vino tinto ó carlón (Priorato).

A bordo de los 'Lonchos' afluían en este día de Ceniza los que para su celebración elegían el 'Muelle', y en ellos continuaban hasta que al ponerse el sol, los 'Lonchos del Cuarteo', por el módico estipendio de diez maravedíes, los echaban en tierra. Las clases más acomodadas de entre los concurrentes al 'Muelle', no solían pasarlo a bordo de los 'Lonchos'; se remontaban hasta el canal, donde los 'Queches Holandeses', conductores de buena Ginebra, manteca, arencones, conservas y otros efectos de aquel país, le permitían realizar una buena comida sobre la espaciosa cubierta de aquellos buques.


                                                                    OCUOR."



Diario de Cádiz, 12 de febrero de 1902

ASÍ DEBIÓ BAILAR CLEOPATRA.

Complementemos la descripción del ambiente flamenco de Puertatierra con el precioso texto, escrito en 1874 por el insigne orador, Emilio Castelar, en el que nos traslada a una juerga en el extramuros de su tierra:


Emilio Castelar posa para la cámara de Reymundo, en su estudio de
la Plaza de Mina, número 2. Fondo Antonio Accame. AHMC

"Me encontraba una tarde en la Puerta de Tierra de Cádiz. El levante nos enviaba sus ráfagas abrasadoras, y el infinito Océano el jigante (sic) rumor de sus olas.

Bajo un parral a la pálida luz de un farol que el viento agitaba entre los aullidos de una zambra de jitanos (sic), que parecían traídos, según lo negruzco de sus rostros, lo gutural de sus voces, por una ráfaga del viento del gran desierto que azotaba las costas, entre los aullidos de una zambra de jitanos (sic), levantábase una mujer que a primera vista parecía fea, y que, sin embargo, con su cabeza levantada, sus brazos tendidos al cielo, erguido su cuerpo tan flexible, como el de una serpiente, bailaba, y de su pecho, exhalaba un cántico que parecía el acento de una desesperación infinita y de sus ojos relámpagos siniestros, que fulguraban como la tempestad de una inmensa pasión. Aquella mujer, no cantaba el amor, no, cantaba la libertad. Su voz era un gemido infinito, un gemido capaz de partir en pedazos el corazón más duro. Cuando yo la veía bailar exclamaba: Así debió bailar Cleopatra. Cuando yo la veía cantar exclamaba: Así debían cantar las hijas de Israel en las orillas de los ríos de Babilonia. Su canción principal era como sigue: 
                   
                 En el patio de la cárcel
                 miré al cielo y di un suspiro
                 ¿Dónde está mi libertad
                 que tan niña la he perdido?
                                           
¡Oh! He recogido estos recuerdos de mi cartera de viaje. Pero ¿qué valen ellos en presencia de la realidad? Visitar Andalucía, y de seguro que traeréis en el alma uno de esos poemas de grandes recuerdos que son una fuente perenne de consuelos y de poesía, en la triste esperanza de la vida." (6)

_________________________

(1) DE ABREU, Pedro, Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596 escrita por Fr. Pedro de Abreu, religioso del orden de S. Francisco. Publícase con otras relaciones contemporáneas y documentos ilustratorios. Por acuerdo del Excmo. Ayuntamiento, Cádiz: Revista Médica, 1866.

(2) FIERRO CUBIELLA, Juan Antonio, La primera estampa folklórica gaditana. Véase: Diario de Cádiz, 29 de febrero de 2008.

(3) MACHADO Y ÁLVAREZ, AntonioColección de cantes flamencos, recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez "Demófilo". Edición, introducción y notas de Enrique Baltanás, Sevilla: Portada Editorial, 1996 (pág. 288).

(4) Ibídem. Pág. 194.


(5) Diario de Cádiz, 12 de febrero de 1902.

(6) La Andalucía, 30 de abril de 1874. Véase ORTIZ NUEVO, José Luis¿Se sabe algo? Viaje al conocimiento del Arte Flamenco en la prensa sevillana del XIX, Sevilla: Ediciones el Carro de la Nieve, 1990 (Págs. 310 y 311).