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domingo, 15 de noviembre de 2015

La Venta de Vargas: jondo, festero y estero (a Lolo Picardo)

La Venta de Vargas, hacia 1966, lindando entonces con la Carretera Nacional IV.
Foto el güichi de Carlos Rodríguez



¡Sevilla está donde tiene que estar! Sentenció El Gallo, el filósofo Rafael, cuando se terciaron distancias con relativos conceptos de lejanía. Parafraseemos al maestro para afirmar que la Venta de Vargas está donde tiene que estar. Añado: la Venta es como es y como tiene que ser. Así. Con mayúscula de entidad propia. Tal y como fue concebida. 

María Jesús Picardo, su marido, Juan Vargas y Catalina Pérez. Foto: Venta de Vargas

Alivio de pies descalzos salineros. Refugio de gargantas rotas. Alquimia en los fogones. Clases magistrales de un ventero, sabio y generoso, profundo conocedor de los enigmas fantasmagóricos del cante, capaz de horadar en el mostrador de madera, huellas indelebles de nudillos, en tiempo de bulería por soleá, bajo un albero de serrín y ante el aroma de Chiclana de barril.



Cádiz y los Puertos, desde sus laberínticas piezas, aportaban los cantaores y tocaores que mejor se adaptaban a los índices de alto grado de salinidad y lo hacían en estado de alevinaje; salvajes, para recibir todos los nutrientes de la comarca cantaora.


Un Camarón alevín se coló en el estero por la compuerta de marea. Se alimentó de las condiciones tangibles y etéreas que le rodeaban: romances de El Planeta; tonás de El Fillo; siguiriyas de El Viejo de la Isla; soniquetes mayores de cambio de María Borrico; ecos de la malagueña doble del Mellizo, que reventaban las tripas; fandangos esquizofrénicos de Magandé, oídos en boca de su padre Luis Monge; romances corridos de los Cepillos… 

Todo aromatizado bajo las brasas de salado blanco en condiciones específicas de temperatura y rodeado de espumas atlánticas, mientras un barquito "de vapó, jecho con la idea de que (en)echándole carbón, navegase contra marea", surcaba a poniente, la silueta negra en horizonte del Castillo de Sancti Petri, musa de Manuel de Falla.





En ésas circunstancias de espacio y paisaje, de una geografía cabecera de la Carrera de Indias, se filtraron por las vueltas de periquillo, los aromas indianos que, aromatizados con salicornia, fructificaron en tangos de negros; melaza de tanguillos de viejas ricas; guarachas zumbonas de la América morena; cantiñas cristalizadas en los tajos y las primeras 'burlerías' (sic), documentadas en Cádiz, en mayo de 1908 (antes que en la vecina Jerez), en boca del maestro Chiclanita en el colmao de Diego Antúnez, muy cerquita de donde aparecieron los "duros antiguos".



Por ello, cuando se estrecha el cerco para conocer el fondo de la red, aflora un cante que asombra a los paladares jondos más exigentes, por la ubicación peculiar del estero de Sancti Petri; de las salinas de San Fernando: los espejos de sol y sal de Fernando Villalón, donde dormitan los barcos candrays, barrigones, mostrando el costillar de cuadernas de tiempos pasados, como casas salineras, testigos del tránsito de un tiempo de leyenda. De la leyenda del tiempo.





La Venta de Vargas. Foto: andaluciainformacion.es
Foto: www.cosasdecome.es

Tripdavisor: "Tripdaviso para navegantes": ¡La Venta es como es! No ha de cambiar. Ha de preservar en sepia descolorida el testimonio mudo del pasado. En cada ostión abierto; en cada fritura de tortillita; en cada embarrachadero de la tajería; en cada vino de canilla, está la esencia, callada y sutil, de los arcanos antiguos del cante. De Gallineras a Zaporito. Del "Patio de Felipa", del "Corral de Matías", de "la Casa Honda", de "Los Escalones", de "La Chicuca"... 




Con los ecos de El Santolio y de Cristobalina la Gitana; de Inés la del Pelao y de Carmen la Machucha; de Pocarropa, de Jilguerito o de El Niño de la Isla. De un cante diferente, como diferente es el pescao de estero. De un cante que bien te sabe, como el bienmesabe del Deán.