Las leyendas son bonitas. Incluso aquellas de improbable veracidad. Misteriosas todas, salvaguardando con celo viejos enigmas. Les cubre un velo sugerente que acentúa su encanto, como una gasa de tul blanca que difumina el objeto central, insinuante, a cambio de aumentar su atractivo e impedir un enfoque claro. Esconden historias fabulosas, inescrutables, fantásticas, casi siempre indemostrables. Toda leyenda tiene un substrato —y aquí con más razón, que la cosa va de subsuelo— cuya estratigrafía nos habla de capas y etapas superpuestas a un punto de origen histórico, a medio camino entre la certeza y la invención, deformadísimo casi siempre por la tradición oral.
El contrabando está presente en la copla flamenca, porque presente ha estado el contrabandismo en nuestra sociedad, sólo que el matutero que ahora matutea, se le llama narco y, despojado de todo romanticismo, ha cambiado el calañé y el trabuco por un GPS de coordenadas; el caballo por la fuerza del motor (de caballo) y la jaca por el jaco:
Yo soy aquél contrabandista
que huyendo siempre está
que huyendo siempre está
y cuando pongo mi jaca al escape
hacia el Peñón de Gibraltar.
Si me salen al resguardo
y el alto a mí me dan,
pongo mi jaca al escape
que ya sabe dónde va.
Se echó al contrabando,
y se queó perdío,
le cogieron dos fardos de noche,
que tenía escondíos. (1)
Contrabandista es mi padre,
contrabandista es mi hermano;
contrabandista ha de ser
aquel a quien dé la mano. (2)
Me metí a contrabandista
de tabaco y aguardiente
y me pillaron los guardias
ahora sí que sale fuerte.
Contrabandista valiente
¿qué tienes que tanto lloras?
que se me ha muerto el caballo,
ya se acabaron mis glorias. (3)
A pesar de los miñones,
contrabandista he de ser
y he de vender el tabaco
a la puerta del cuartel.
¿Dónde están los cuerpos buenos
que los busco y no los hallo?
Unos están en presidio;
los otros, al contrabando. (4)
El periódico La Tertulia, de 6 de enero de 1850, publicaba la Canción de la contrabandista —parte de la cual, oímos en las cantiñas—, de José Sánchez Albarrán (5):
También los acontecimientos reales que dejaron huella en la literatura flamenca, —que en el caso del contrabandismo no fue escasa—, se vieron reflejados en el corpus de cantes; como esta seguiriya, recogida por Antonio Machado Demófilo, en su Colección de cantes flamencos, de 1881, relativa a la muerte del contrabandista Alonso de los Reyes, que hoy es muy frecuente oír en el cambio siguiriyero:
Camino e Boyuyo
Benta der Noguero,
Cómo mataron a Alonso e los Reyes
Cuatro bandoleros. (6)
O la serrana que este mismo autor atribuyó al repertorio de Silverio Franconetti:
Por la Sierra Morena
Bienen bajando
Unos ojitos negros
De contrabando.
Bajando bienen,
Unos ojitos negros,
Muerto me tienen. (7)
Si me salen al resguardo
y el alto a mí me dan,
pongo mi jaca al escape
que ya sabe dónde va.
Se echó al contrabando,
y se queó perdío,
le cogieron dos fardos de noche,
que tenía escondíos. (1)
Contrabandista es mi padre,
contrabandista es mi hermano;
contrabandista ha de ser
aquel a quien dé la mano. (2)
Me metí a contrabandista
de tabaco y aguardiente
y me pillaron los guardias
ahora sí que sale fuerte.
Contrabandista valiente
¿qué tienes que tanto lloras?
que se me ha muerto el caballo,
ya se acabaron mis glorias. (3)
A pesar de los miñones,
contrabandista he de ser
y he de vender el tabaco
a la puerta del cuartel.
¿Dónde están los cuerpos buenos
que los busco y no los hallo?
Unos están en presidio;
los otros, al contrabando. (4)
Partitura de Felipe Pedrell, bajo el pseudónimo F. Pelaez. Como bien se preguntó Blas Vega ¿prejuicios del músico catalán? |
El periódico La Tertulia, de 6 de enero de 1850, publicaba la Canción de la contrabandista —parte de la cual, oímos en las cantiñas—, de José Sánchez Albarrán (5):
La Tertulia, 6 de enero de 1850 |
También los acontecimientos reales que dejaron huella en la literatura flamenca, —que en el caso del contrabandismo no fue escasa—, se vieron reflejados en el corpus de cantes; como esta seguiriya, recogida por Antonio Machado Demófilo, en su Colección de cantes flamencos, de 1881, relativa a la muerte del contrabandista Alonso de los Reyes, que hoy es muy frecuente oír en el cambio siguiriyero:
Camino e Boyuyo
Benta der Noguero,
Cómo mataron a Alonso e los Reyes
Cuatro bandoleros. (6)
O la serrana que este mismo autor atribuyó al repertorio de Silverio Franconetti:
Por la Sierra Morena
Bienen bajando
Unos ojitos negros
De contrabando.
Bajando bienen,
Unos ojitos negros,
Muerto me tienen. (7)
Entre el manojo de leyendas que asienta la tradición de Cádiz, figura la de El Pájaro Azul, supuesto contrabandista "a lomos" de los siglos XVIII y XIX, que tuvo como principal valedor y defensor de su existencia al escritor local, Adolfo Vila Valencia (8) —que le suponía habitante del barrio del Pópulo y arrabales de la calle San Juan—, y que se valía de las numerosas galerías subterráneas para escondite de su contrabando.
Mar atlántica, playa y escondrijo, casi en la misma dirección Sur, Suroeste. La mar atrás, azotaba el frente de vendaval y erosionaba los últimos vestigios de su perfil acantilado, cuando las velas latinas, triangulares, desplegaban su trapo en el horizonte gaditano.
Así era descrito por Vila Valencia:
"(…) Fue por el año 1820 cuando existía en nuestra ciudad una cuadrilla o compañía de contrabandista o matuteros, cuyo jefe o capitán era un tal Francisco Fernández, señó Francisco, por apodo 'El Pájaro Azul', mote que se le dio por su habilidad para los contrabandos, a través de nuestro mar, por el campo del Salado, entonces, y luego Campo del Sur, tenía sus hombres especializados en el arte de los 'alijos' y los que se llevaban a efecto vistiéndose de frailes Capuchinos, dichos contrabandistas, llevaban el tabaco escondido en sus capuchas y desorientando así a los encargados de intervenir la dicha presa.
Cádiz, desde la dominación goda, y luego la árabe, fue la ciudad de los subterráneos. Ya sabemos que en la hoy calle del Obispo Cerero, descubriose en 1643 un sepulcro del tamaño de un pequeño aposento abovedado, y en ocasión de que unos trabajadores sacaban cantos del suelo de dicha calle, observando al hacer la excavación que salía un olor como de pavesa. Bajando a ver lo que allí había, encontraron el sepulcro y un candil de barro donde había estado encendida aquella luz perenne que tanto usaron para las tumbas los griegos y romanos. De este descubrimiento vino el ponerle a la citada calle el nombre del Candil.
También en el año 1700, en la cruz que forman las cuatro esquinas de las calles del Sacramento y Torre, al hacerse una excavación para el aljibe de una casa, se encontró un pavimento de mosaico como de una sala con las palabras “Christus vivit, Christus regnat, Christus adorat, etc”.
En nuestros días, al construirse las fuentes de la Plaza de la Victoria, ante las Puertas de Tierra, vimos en el subsuelo un hermoso salón, perfectamente decorado que continuaba hasta Bahía Blanca.
Este refugio que en otros tiempos constituyeron las catacumbas de los primeros cristianos, fueron en nuestro pasado siglo madrigueras de contrabandistas. Esta del 'señó Francisco' tiene una entrada por la finca número I, casa del Conde de la Marquina, donde en el patio, por una puerta con tranca se introduce el curioso observador en los subterráneos matuterista y que llevan hasta el actual taberna de 'El Pájaro Azul', continuando su travesía hasta Puerto Chico.
La entrada para el auténtico escondrijo de nuestro contrabandista puede verse aún en un recodo de la Plaza del Silencio, penetrando por la callejuela Bajada de Escribanos.
Como entonces se encontraba a medio construir la Iglesia Catedral, por arriba, o techo de la cripta, y por los ventanucos que dan al Campo del Sur, se introducía en contrabando que quedaba en montones en la misma cripta. Las puertas que daban paso a esta guarida están hoy tabicadas.
Cuando los famosos sucesos del 10 de Marzo de 1820, y en defensa de la Constitución de 1812, 'El Pájaro Azul' cayó herido por los soldados del señor Freire, reponiéndose luego gracias a una familia pudiente que lo recogió moribundo a la puerta de una casa de la calle Cánovas del Castillo.
Retirado luego de su vida de matutero, puso un baratillo, o establecimiento de cosas usadas, en la calle de San Bernardo, embarcándose luego para América, en donde seguramente fallecería."
Hasta aquí la leyenda.
Desde aquí la realidad:
La Cueva del Pájaro Azul tiene un nombre propio, como punto de origen: Manuel Fedriani Consejero, el empresario gaditano que regentó la bodega San Juan, en las calles San Juan y Magistral Cabrera. Tuvo la feliz iniciativa de organizar un concurso de cante flamenco en 1960 (como una década antes se había hecho otro, de carácter nacional, en el Gran Teatro Falla), que sirvió de enorme proyección a cantaores, luego convertidos en grandes figuras, como La Perla de Cádiz, Manuel Soto Sordera, Camarón de la Isla, Santiago Donday o María Vargas, entre otros muchos artistas.
Transcribimos unas preciosas líneas que nos proporcionó su hijo —y amigo personal nuestro— Manuel Fedriani del Moral, sobre la génesis de La Cueva del Pájaro Azul. Que sea él, por tanto, como testigo directo de las circunstancias y a través de su impagable texto, quien nos contextualice con precisión, todos los antecedentes familiares y laborales, que dieron origen a tan emblemático establecimiento, llamado a escribir unas páginas doradas en la historia del arte flamenco de Cádiz:
La casualidad desveló un hallazgo inesperado en el viejo caserío gaditano. Discurrían los procelosos años finales de la década de los cincuenta. El próspero negocio del bodeguero gaditano necesitaba una accesoria cercana, que le diese alivio a la aglomeración de material propio del ramo: garrafas, botellas, tapones y barriles de muy diversos tamaños. Justo enfrente del establecimiento de vinos, existía un local en la misma calle San Juan, cuya propietaria era una señora que residía en Madrid y que accedió a alquilárselo (10).
Cuando los operarios de la bodega colocaban de pie un gran bocoy, con motivo de la limpieza que se le efectuaba al nuevo almacén, una súbita resonancia grave retumbaba bajo el suelo del local, señal inequívoca de que, bajo el piso firme, existía una gran oquedad, de unos 250 metros cuadrados (aproximados), que resultaron ser grandes bóvedas de cañón, de diferentes tipologías y épocas, conectadas entre sí por gruesos muros; un habitáculo subterráneo que en algún momento de la historia unió distintas bóvedas que conectaban a su vez con un pozo de mareas que, asimismo, abastecía a distintos aljibes, como se ha comprobado en la cartografía del siglo XVII.
Transcribimos unas preciosas líneas que nos proporcionó su hijo —y amigo personal nuestro— Manuel Fedriani del Moral, sobre la génesis de La Cueva del Pájaro Azul. Que sea él, por tanto, como testigo directo de las circunstancias y a través de su impagable texto, quien nos contextualice con precisión, todos los antecedentes familiares y laborales, que dieron origen a tan emblemático establecimiento, llamado a escribir unas páginas doradas en la historia del arte flamenco de Cádiz:
"Su nombre Manuel Fedriani Consejero. Nació el
día de Santa Bárbara de 1914, en el seno de una familia numerosa y muy humilde.
Fue el cuarto hijo de Francisco Fedriani Garbarino y de María Josefa Consejero
Prieto. Su padre ejercía de cartero cuando matrimonió y más tarde de farero, recorriendo
casi todos los faros de la provincia incluido el de la capital, donde se jubiló
y siempre con unos ingresos insignificantes, por lo que toda su prole masculina
desde edad muy temprana tuvo que trabajar. Para la descendencia femenina, —no
son los años que corren hoy— se reservaba ayudar en las labores de la casa y
procurarle un buen matrimonio. Eran otros tiempos.
En esta penuria, siendo aún muy joven —casi un
niño— y recién acabados sus elementales estudios en el Colegio de la Viña, —su padre no pudo costearle otros superiores— entra a trabajar de botones en el
Banco Central, sito en la plaza San Antonio. Poco a poco dadas sus cualidades
va ascendiendo de categoría y estudia contabilidad en clases particulares.
La cruenta e injusta guerra civil le corta su
carrera en el banco y con 22 años es reclutado para participar en ella y donde —según nos decía— no disparó un solo tiro, pero donde lamentablemente perdió a
su querido hermano Francisco, dos años mayor que él, el día 26 de agosto de
1936, recién comenzadas las hostilidades.
Manuel Fedriani Consejero y su señora, Manuela del Moral Espinosa. Foto: Archivo Familia Fedriani (AFF) |
Antes de la guerra, —que palabra más execrable— siendo ya un zagalón, trabajaba en el banco, como he dicho, y por las tardes
impartía clases particulares de bailes de salón —hoy tan en boga— para
engrosar sus escasos ingresos y recuerdo con enorme nostalgia que en nuestra
fiestas familiares, danzaba con mi madre —había que pedírselo— los bailes de
moda, entre otros: pasodobles, valses y tangos, dejándonos con la boca abierta
y arrancando cariñosos aplausos.
Terminada la contienda en el 39, regresa al
banco donde le ofrecen la dirección de una sucursal, pero rehúsa. Su idea era
otra y para un hombre inquieto como él, era muy difícil aceptar un sillón para
el resto de sus días.
Deja su trabajo en el banco y se asocia con
Francisco Travieso, experto conocedor de los caldos españoles y toda una
autoridad en este mundillo. Este hombre mucho mayor que él —le duplicaba la
edad— tenía un negocio de vinos en la calle Real de San Fernando, llamado la 'Bodega
Isleña' y fue este señor quien lo inicia en este tipo de negocios y le enseña
todo lo que sabe sobre el vino.
Casi al mismo tiempo, —principios de los años
40— reabre una vieja panadería también en aquella ciudad, aprovechando los
conocimientos que de este tipo de negocios tenía mi abuelo materno Antonio del
Moral Moreno, y lo sitúa al frente de la misma. Mi querido abuelo no había
hecho otra cosa en su vida que amasar y cocer pan. Trabajó en todas las
panaderías de Cádiz, desde su más tierna infancia, llegando muy joven a ser maestro
panadero, pero le faltaba la decisión necesaria para establecerse por su
cuenta. Solicitó el préstamo necesario y ambas empresas separadas por apenas
cincuenta metros, progresaron rápidamente, convirtiéndose en excelentes fuentes
de ingreso.
Brindis en la Cueva. Foto: AFF |
En mayo de 1942 contrae matrimonio en aquella
ciudad, con Manuela del Moral Espinosa y en la misma panadería establecieron su
primer domicilio. Ambos negocios no existen en la actualidad, porque en sus
solares se han construido viviendas.
A finales del, año 47 y principios del 48, mi padre acepta hacerse
cargo de la administración de la 'Electra Villariezo', fábrica de electricidad
que suministraba este tipo de energía al pueblo de Vejer de la Frontera. Era
propiedad de los Condes de Villariezo y traslada su domicilio a aquella ciudad.
Por esta fecha, la pareja tiene cuatro hijos:
Manuel, María del Carmen, Francisco y Antonio y es allí donde nace su quinto retoño,
José Luis. De vuelta a San Fernando al cabo de pocos años, nacen Eloisa y
Enrique. El matrimonio tuvo siete hijos de los cuales, en esta fecha vivimos
seis, faltando desgraciadamente el más pequeño.
Después de esta breve experiencia en Vejer, donde
fue ayudado por su hermano Domingo en el tema contable, retorna nuevamente a
sus negocios que parcialmente había abandonado y su ilusión era entonces abrir
nuevos establecimientos en Cádiz. Efectivamente así fue. Conoce que en la calle
Magistral Cabrera 7, se alquila el local de la planta baja. En esta vieja casa,
en la que vivió el Magistral, fue la última vivienda que ocupó mi abuelo
paterno Francisco y en ella vivió más de veinte años con algunos de sus hijos
ya casados y otros aún solteros.
En el año 54 la alquila y una vez acondicionada abre
al público la que se llamó 'Bodega San Juan'. La finca tenía entrada por la
calle Magistral Cabrera y salida por la de San Juan y creo que antes había sido
un cocedero de gambas. La finca tenía tres plantas de viviendas y todas con balcones
a las dos calles mencionadas.
El negocio prospera y al cabo de unos años, se
ve obligado a arrendar una accesoria, no muy ancha pero bastante profunda en la
misma calle San Juan, frente a la bodega y justo delante del despacho al público
para mujeres. Dicho local serviría como desahogo del principal, principalmente como
almacén de botellas, garrafas, tapones, barriles de todos los tamaños y hasta incluso
para grandes bocoyes, y es aquí donde empieza la historia de 'La Cueva del
Pájaro Azul', que tuve la suerte de vivir." (9)
Foto: AFF |
La casualidad desveló un hallazgo inesperado en el viejo caserío gaditano. Discurrían los procelosos años finales de la década de los cincuenta. El próspero negocio del bodeguero gaditano necesitaba una accesoria cercana, que le diese alivio a la aglomeración de material propio del ramo: garrafas, botellas, tapones y barriles de muy diversos tamaños. Justo enfrente del establecimiento de vinos, existía un local en la misma calle San Juan, cuya propietaria era una señora que residía en Madrid y que accedió a alquilárselo (10).
Foto: Eugenio Belgrano |
Cuando los operarios de la bodega colocaban de pie un gran bocoy, con motivo de la limpieza que se le efectuaba al nuevo almacén, una súbita resonancia grave retumbaba bajo el suelo del local, señal inequívoca de que, bajo el piso firme, existía una gran oquedad, de unos 250 metros cuadrados (aproximados), que resultaron ser grandes bóvedas de cañón, de diferentes tipologías y épocas, conectadas entre sí por gruesos muros; un habitáculo subterráneo que en algún momento de la historia unió distintas bóvedas que conectaban a su vez con un pozo de mareas que, asimismo, abastecía a distintos aljibes, como se ha comprobado en la cartografía del siglo XVII.
Foto: AFF |
Foto: Eugenio Belgrano |
Foto: AFF |
Foto: Eugenio Belgrano |
Una vez agujereado el suelo de la accesoria, no sin antes dar miles de golpes con cincel y martillo, se arrojaron varios trozos de papel a los que previamente se les había prendido fuego. El objetivo era saber la profundidad que tenía aquel supuesto pozo y si tenía agua. El papel encendido bajaba lentamente cinco o seis metros, se apoyaba y seguía ardiendo hasta convertirse en cenizas. Esta faena sólo podía ser presenciada cada vez por una persona, dada la pequeñez del agujero. Un pozo parece que no es —se decía— tal vez sea una cueva, un pasadizo secreto o un aljibe fuera de uso.
Foto: Eugenio Belgrano |
Después de los papeles, se procedió a descolgar una lámpara eléctrica que diera una visión mucho más diáfana. Se preparó y se bajó el artilugio lentamente y ya se pudo comprobar que aquello parecía una habitación. Se columpió el cable de un lado a otro y dio la impresión de que el habitáculo era bastante grande. ¿Qué otra cosa se podía hacer? Estaba muy claro, había que intentar bajar. Era necesario que una persona bajase, pero había que ensanchar el hueco abierto, porque por el que se había hecho no entraba el cuerpo de un hombre por muy escuálido que fuere.
Foto: Eugenio Belgrano |
Al día siguiente, golpes y más golpes —aquel suelo estaba durísimo— hasta dejar el orificio lo suficientemente grande para el paso de una persona y fue el mismo albañil que lo hizo, conocido por "El Cordobés" por su procedencia, el que se prestó voluntario a bajar. Atado por la cintura con una fuerte cuerda, se deslizó por una larga escalera de madera. Tanto él, como los que estábamos arriba estábamos muy emocionados y el corazón nos latía como el de un torero delante del morlaco. ¿Qué era aquello? Pronto íbamos a salir de dudas.
Foto: Eugenio Belgrano |
"En un principio, mi
padre no sabía a que iba a destinar el hallazgo, seguramente lo tenía en mente,
pero prefirió no decir nada. Pero sin solución de continuidad hizo construir
una escalera para tener un acceso fácil; dispuso resanar y encalar las paredes
que estaban en muy mal estado por no decir impresentables; ordenó apachurrar el
piso con albero y mandó hacer una instalación eléctrica provisional no
excesivamente buena, pero que servía. Dotó también al establecimiento de unas
sencillas mesas de madera y unas sillas de tijera y así quedó por algún tiempo.
En estas condiciones,
la familia y amistades, celebramos muchas y divertidas comilonas, unas veces aprovechando
cualquier efemérides y otras sin ningún motivo. Un picante guiso de caracoles, unas
sabrosas 'papas aliñás', un menudo con todos sus grasientos ingredientes, una
rica paella valenciana, un fresquito gazpacho andaluz, una exótica sopa de
tortuga y algún que otro frito gaditano fueron ingeridos antes de su
inauguración oficial. ¡Ah, se me olvidaba, todo regado con excelentes vinos! Pequeñas
dosis pero continuas, como solía decir mi añorado padre. Este líquido elemento
no podía faltar nunca en la mesa, estábamos en la casa de un vinatero.
Transcurre el tiempo y
poco a poco, se va haciendo a la idea de que aquello puede ser un negocio
interesante y se rodea de una serie de expertos para decorar el local como una
taberna típica y la vez restaurante. En Cádiz, no hay nada parecido que esté
por debajo del suelo de la calle. Se decoran las paredes con grandes carteles
de toros —donde cabían—, porque no todas las habitaciones tenían la misma
altura; adquiere infinidad de objetos antiguos: pistolas de bandoleros, velones,
candiles, ánforas, cuadros, platos de cerámica, etc., que con esmero y buen
gusto van los restauradores ordenando su colocación en paredes y estanterías.
Antes se había enladrillado
el suelo, con las piezas más viejas que se encontraron, venidas de no sé donde.
Se recubren algunos muros con rollos de esparto a distinta altura, —según la
habitación— para evitar la humedad que seguía incordiando y manda construir un
mobiliario adecuado al sitio, rústico pero a la vez cómodo, que hizo in situ el
maestro carpintero, Torrejón. Dota al establecimiento de todo lo necesario y tanto
la cristalería como la vajilla tenían grabado el sello de 'La Cueva del Pájaro
Azul', Del mismo modo, cada catavino tenía grabado un número en color rojo, que
no se repetía. De esta manera nadie podía beber en la copa de otro. Este sencillo
y curioso detalle no lo he visto en ningún otro establecimiento del ramo y
afortunadamente hoy, mis hermanos y yo, conservamos una gran parte de estos
recipientes. Es uno de los más preciados recuerdos que conservamos con orgullo." (11)
Foto: AFF |
Adecentado el local y con un mobiliario acorde con la fábula y la leyenda bandolera, se abrió el negocio, que funcionó como restaurante y lugar de encuentro de amigos, en el que se cultivó con profusión el arte flamenco. Se reservó el derecho de admisión, con vigilantes en la puerta, ataviados de bandoleros, a pesar de lo cual, tuvieron que sortear con algún que otro problema.
Uno de aquellos bandoleros figurantes, que así se vestía, sólo cuando había un acontecimiento de cierta relevancia, fue Antonio Vargas, el Cojo Peroche, hermano del cantaor Manolo Vargas y primo de Juan Vargas, que afincado en San Fernando, fundó La Venta de Vargas. Como es de imaginar, dado su carácter y su enorme gracia, El Cojo Peroche generó cientos de anécdotas por las respuestas ingeniosas que daba a cuantos comentarios le hacían a su atuendo. "La Cueva de la Alegría" iba a ser el primer nombre del establecimiento. Finalmente: "Pájaro Azul. Negocios y Vinos" —rezaba la placa—. Así, de un hallazgo absolutamente casual y de la iniciativa emprendedora de un buen y visionario empresario gaditano, nació La Cueva del Pájaro Azul.
Juerga en la Cueva. Entre otros, El Cojo Peroche y El Niño de los Rizos |
Foto: AFF |
Uno de aquellos bandoleros figurantes, que así se vestía, sólo cuando había un acontecimiento de cierta relevancia, fue Antonio Vargas, el Cojo Peroche, hermano del cantaor Manolo Vargas y primo de Juan Vargas, que afincado en San Fernando, fundó La Venta de Vargas. Como es de imaginar, dado su carácter y su enorme gracia, El Cojo Peroche generó cientos de anécdotas por las respuestas ingeniosas que daba a cuantos comentarios le hacían a su atuendo. "La Cueva de la Alegría" iba a ser el primer nombre del establecimiento. Finalmente: "Pájaro Azul. Negocios y Vinos" —rezaba la placa—. Así, de un hallazgo absolutamente casual y de la iniciativa emprendedora de un buen y visionario empresario gaditano, nació La Cueva del Pájaro Azul.
Canalejas de Puerto Real, con las guitarras de Alfonso y Manuel Labrador, llegó a grabar un disco de 45 revoluciones por minuto (single), con el título de La Cueva del Pájaro Azul, en donde interpretaba unas cantiñas, rematadamente mal escritas, no ya porque rimaba azul con azul —que así rima cualquiera—, sino porque al autor anónimo le hubiera servido la rima asonante: "luz" con "azul", si hubiese situado la cueva donde verdaderamente estaba (Costa de la Luz), toda vez que la ubicó en Francia:
En Cádiz, en la Costa Azul
en la calle de San Juan,
juntito a la Catedral:
La Cueva del Pájaro Azul.
Prosigue Fedriani del Moral:
Prosigue Fedriani del Moral:
"Con motivo de la visita del célebre cantaor Canalejas de Puerto Real, a La Cueva, allá por el año 1966, entre otros temas que se trataron
durante la comida, acordaron grabar un disco pequeño que cantaría el propio
Canaleja y al que también pondría la letra. Las condiciones pactadas ya nos la
recuerdo y tanto uno como otro se las llevaron a la tumba.
Por casualidad estuve presente en aquel almuerzo
y recuerdo que degustamos el plato típico de La Cueva. Servido en una grande
cazuela de barro rojo, tenía los mismos ingredientes de los famosos huevos a la
flamenca, a saber: patatas fritas a taquitos, chícharos, —en otros lugares le
llaman guisantes con lo fácil que es decir chícharos—, rodajas de chorizo y
lonchas de jamón serrano, espárragos blancos, tomates fritos, pimientos
morrones y como es natural, dos huevos en todo lo alto, con el correspondiente
“pan pa mojá”. Pero este exquisito plato tenía debajo un secreto: un gran
filete de carne, que era la diferencia con aquellos. Si la memoria no me
traiciona se llamaba, 'Huevos a la Cueva', o algo parecido."
El establecimiento contó con el apoyo de todas las autoridades de antaño. A las nueve de la noche del 13 de febrero de 1960, el alcalde José León de Carranza, en compañía del concejal de fiestas, Vicente del Moral, era obsequiado dentro del local con un pergamino y una escultura de porcelana, que le entregó Paco Alba, en representación del numeroso gremio de los comparsitas gaditanos.
Paco Alba y José León de Carranza. Foto: AFF |
José León de Carranza. Foto: AFF |
Al acto asistieron todas las personalidades y autoridades más destacadas de la época: Ramón Solís, Antonio Perea, Marqués de Arellano, Manuel Accame, Ramón Grosso, César y José María Pemán, Álvaro Picardo, José Paredes, Benito Cuesta y otros muchos.
José León de Carranza y distintas autoridades. Foto: AFF |
Vicente del Moral y Aurelio de la Viesca. Foto: Juman (AFF) |
Firma en el libro de honor. Foto: AFF |
Foto: Juman (AFF) |
Miguel Borrul tocando por alegrías. Atrás, Curro la Gamba. Foto: AFF |
En la fiesta inaugural, en la que se sirvió un ágape, regado con "Fino la Cueva", participaron los bailaores Pilili y Cigarrito, las bailaoras Encarna Silva y Mari Borrego la Torbellino; las guitarras de Miguel Armario Borrull y Antonio de Ávila y el cante de Manolo Córdoba, Ramón Romero y una —entonces joven— promesa: Juan Silva, que al tenor de la crónica fue la sensación del momento:
Juan Silva. Foto: Kiki |
"Surgió entonces una grata sorpresa. Cantó Córdoba un par de fandangos y presentó a un niño: Juanito Silva, hermano de la gran bailaora. Encarnita. Juanito ‘dijo’ dos fandangos y se ganó una gran ovación. Hay madera de artista de categoría."
Y ya lo creo que había madera. De caoba, además. Juan Silva Navarro, se convirtió, andando el tiempo, en un gran depositario de los cantes de Cádiz y los Puertos, a pesar de que su figura no trascendió, apenas, los límites de su ciudad natal, aún participando en 1986 en la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla. Fue todo un referente y un excepcional saetero, con particular especialización en la saeta carcelera, de la que obtuvo tres máximos galardones consecutivos, así como numerosos primeros premios en su palmarés, desde el Concurso de Alegrías; el Concurso de Tientos, o el Concurso de Saetas. Conoció toda la baraja estilística del cante de su natural adscripción: la soleá de Cádiz, las seguiriyas, la malagueña del Mellizo, el fandango personal de Magandé —que se lo cantó de forma admirable en medio de la calle El Charpa, según nos refirió personalmente—; así como todo el grupo de las cantiñas y tangos.
Antonio el Bailarín. Detrás, de pie, Enrique Treviño. Foto: Juman (AFF) |
Jean Cocteu, Premio Nobel de Literatura. Foto: Juman (AFF) |
El Cojo Peroche, bromeando con Antonio el Bailarín. Foto: Juman (AFF) |
Foto: Juman (AFF) |
El 25 de julio de 1960 fue agasajado en su interior el Premio Nobel de Literatura, francés, Jean Cocteu, que, acompañado del director de la Biblioteca Española en París, Manuel Sito, Paul Guinard, profesor del Instituto Francés de Madrid y la Duquesa de Medina Sidonia, le prepararon un frito gaditano con las actuaciones de El Niño de la Rosa, el baile de Charo Cortés y de Pilili; y el toque de Eloy Blanco. La cueva fue inaugurada el 12 de agosto de 1960 y por su interior pasaron todas las personalidades de la época.
Con los anfitriones: La Perla de Cádiz, Curro la Gamba y Encarnita Silva. Foto: AFF |
Con los amigos en la barra. Foto: AFF |
Atendiendo a los invitados. Foto: AFF |
Fueron muchas las personalidades que visitaron la cueva. Nuevamente las palabras de Manuel Fedriani —hijo— para contárnoslo:
"Aparte de las ya
mentadas personalidades que asistieron a su apertura y otras citadas en otros
apartados, puedo añadir los siguientes nombres: el mundialmente famoso bailaor
de flamenco, Antonio; la ‘supervedette’ sueca, Lill Larsson, a la que llamaban
la Venus Rubia; Castillo Puche; el ilustre escritor y poeta gaditano, José
María Pemán; la gran artista Lolita Sevilla; la Excma. esposa del general
Varela, Dª Casilda Ampuero y su hijo José Varela; el periodista, Manuel
Marlasca; la miss España, Carmen Cervera; la cantante y actriz, Marisol; la bailaora,
María Rosa; la también cantante, Micaela; Rafael Landín; el último Nóbel
español Camilo José Cela; la cantaora gaditana La Perla; el que años más tarde
sería el número uno, Camarón de La Isla; el periodista Tico Medina; el magnifico
pintor de carteles de toros, Sr. González Conte; los famosos cantaores de
flamenco Juan Pérez Sánchez, Canaleja de Puerto Real, Antonio Mairena, Manuel
Mairena y Amós Rodríguez, hermano del Beni de Cádiz; el embajador de Venezuela,
Sr. Capriles, etc. etc., y otros muchos que seguro, se quedan en el tintero." (12)
Brindis con 'Fino la Cueva'. Foto: AFF |
Los grandes locutores de la época. A la derecha, Laureano Martínez de Pinillos. Foto: Juman (AFF) |
Niño de la Pelota y Laureano Martínez. Foto: Juman (AFF) |
El Concurso de La Cueva del Pájaro Azul estuvo conjuntamente organizado por Radio Cádiz y creó una enorme expectación en la ciudad. TVE acudió en una de sus fases preliminares para grabarlo y en algunas ocasiones fue transmitido también por Radio Antequera, Radio Almería y Radio Toledo.
Santiago Donday con la guitarra de Eloy Blanco. Entre ambos, Antonio, abuelo de Manuel Fedriani, gran entendido y excelente cantaor no profesional. Foto: Juman (AFF) |
Las grandes triunfadoras del certamen: María Vargas, Eloy Blanco y La Perla de Cádiz. Foto: Juman (AFF) |
Un viejo en la barriga. Con la cejilla al 6 'por arriba', Camarón de la Isla ante el jurado de La Cueva del Pájaro Azul. |
Camarón en la Cueva. Cejilla al 7 'por arriba'. Al toque, Miguel Borrull |
Mercedes Broco, El Morcillero, La Perla, Miguel Borrull, Curro la Gamba y Encarnita Silva |
Manuel Fedriani: un buen anfitrión. Foto: Juman (AFF) |
Se distribuyeron 25.000 pesetas en premio y concitó la visita de muchos artistas de Cádiz, los Puertos, Jerez y otras provincias vecinas, como Sevilla y Córdoba. La final se celebró en julio de 1961 y fue así contada por el redactor de Diario de Cádiz:
Foto: Juman (AFF) |
Margarita Gallo con la sonanta de Miguel Borrull. Foto: Archivo González Piñero |
El Niño de la Pelota con el toque de Eloy Blanco. Foto: Juman (AFF) |
Foto: Juman (AFF) |
Segunda parte del libreto de 'El Pájaro Azul y sus matuteros'. Contraportada con el anuncio del Bazar Español, regentado por José García Díaz (abuelo materno de quien suscribe) |
Rancapino, Camarón, El Pinto y El Bojiga en la Cueva |
Al año siguiente, durante las Fiestas Típicas de 1962, un coro (13) patrocinado por Manuel Fedriani, dueño del establecimiento, con letra de Gustavo Rosales Márquez, música de Paco Alba y Manolo Bravo, y la dirección de El Quini, salió bajo el título de "El Pájaro Azul y sus matuteros", cuya solicitud de salida decía así:
“EXCMO. SEÑOR PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE FIESTAS DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE CÁDIZ.-
Croquis de 'El Pájaro Azul y sus Matuteros' (1962) AHMC |
Esta información es para solicitar de su Excelencia el permiso para actuar en el concurso de coros y chirigotas que todos los años se viene dando en el Gran Teatro Falla, y al mismo tiempo poder contar con la subvención que esa digna Comisión viene dando todos los años a los concurrentes.
Sobre la reducción del personal en los coros, tengo que el atrevimiento de recordarle que la aficción (sic) está deseosa de ver y escuchar éstos coros reducidos, como en otra época anterior lo hicieron con los Coros siguientes: ‘Las doce figuras de la Baraja’, ‘Fantomas o Banda de los 13’, ‘Arlequines Mundiales’, ‘Viejos Demócratas’ y otros, y así sería mayor el número de coros a concursar.
El coro que tengo en proyecto, contando ya con su permiso, es tan gaditano como su título, pues éste es ‘EL PÁJARO AZUL Y SUS MATUTEROS’
Esperando sea bien acogida por su Excelencia esta petición mía, para bien de todos los gaditanos.
Es gracia que espera alcanzar de V.E. cuya vida guarde Dios muchos años.
Cádiz, 11 Octubre de 1961.
Joaquín Fernández Garaboa (rubricado).” (14)
Joaquín Fernández Garaboa 'El Quini'. Foto: AFF |
"El Pájaro Azul y sus matuteros". Entre otros, Manuel Merello 'El Rubio del Aceite', Manolín Cía, Fernando Pérez Corzo, Antonio Rivera y Joaquín Fernández Garaboa 'El Quini' |
Gracias a un insólito documental de la televisión alemana, —cuando el color aún no había llegado a las pantallas de los televisores, en España— contamos hoy con un, casi único, testimonio audiovisual de Aurelio Sellés, que abre las imágenes descendiendo las escaleras de la Cueva, para darle el encuentro e incorporarse a una reunión en la que le esperan: La Perla de Cádiz, su marido Curro la Gamba entre el público, la guitarra de Manuel Morao y el baile de un jovencísimo jerezano, Dieguito de la Margara —sobrino de La Paquera de Jerez—, que el transcurso del tiempo convertiría, además de en un gran artista y bailaor, en un excepcional futbolista del Cádiz C.F., que "bailaba" con el balón en el Ramón de Carranza, con el mismo arte y desparpajo que lo hacía en su barrio de Santiago.
Dieguito de la Margara y Mágico González. Tardes de gloria para un Cádiz de primera |
La Perla está pletórica de facultades. No esconde su timidez, que asoma ante las cámaras teutonas, pero está fresca y con su manantial de voz, redonda y tremendamente acompasada. Canta primero sola, por bulerías, al seis "por medio", con el más puro toque rancio jerezano de Manuel Morao (tío de Moraíto), en el que predomina la técnica de pulgar e índice y golpeo en tapa armónica del anular:
A pesar de la avanzada edad de Aurelio en este vídeo, que ya se acompaña de bastón, está inconmensurable por alegrías y con una fuerza en el macho final, impropia ya de su longevidad. No es el mismo que embarcó en el buque Covadongas, para actuar en los actos de la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra (claro que no); pero sigue manteniendo el regusto salino inequívoco y la maestría en su escuela de cante. Tuvo y retuvo. Paladar y paladá que tiene:
Baile y toque de Jerez de la Frontera, y cante de Cádiz, en La Cueva del Pájaro Azul; santuario que marcara toda una época del Cádiz flamenco, en la década de los años sesenta, y que este fardo te trae, con el olor a vino de canilla y a humedad de la murallita del Sur, para disfrute de sus lectores. La Perla de Cádiz, acordándose por bulerías de su madre Rosa la Papera, le canta al niño Dieguito de la Margara, que baila con extraordinario oficio, ante los maestros gaditanos, una vez que el joven se sacude la vergüenza ante las cámaras. Muchos años después, ése mismo niño que baila como un 'viejo' y que viste camisa a cuadros rojiblanca (¿premonición?), marcaría el gol que le dio el primer histórico Trofeo Ramón de Carranza al Cádiz C.F. contra el Sevilla F.C.:
La película Flamenco de Carlos Saura, nos trajo cuarenta años después a un Dieguito de la Margara, bailando con aquel ciclón del cante que fue la gran Francisca Méndez, la Paquera de Jerez:
Carlos Edmundo de Ory, Fernando Quiñones y José Manuel Caballero Bonald |
Para Fernando Quiñones, que vivió de pleno dicha etapa del mítico colmao, coincidente, por otra parte, con la primera de las distintas monografías que sobre flamenco escribió (el interesado en conocerlas con detalles, pinche aquí), ofreció una de las razones de su desaparición y nos contó cómo la cueva sirvió de estudio de grabación para el Premio Cervantes: José Manuel Caballero Bonald en su obra discográfica: Archivo del Cante Flamenco: "Un intento de taberna y tablao, La Cueva del Pájaro Azul, instalada en un añoso y sugestivo subterráneo de la calle San Juan, al que unas obras descubrieron de manera casual, languideció como tal tablao por insuficientemente servicio de artistas, pero fue marco de algunas reuniones memorables y, una tarde de 1967, de las grabaciones gaditanas efectuadas para el Archivo del Cante Flamenco, que dirigiera Caballero Bonald y que es una obra esencial de la discografía flamenca. El Mellizo Chico, fallecido poco después y cuyos nobles cantes, por escasez de voz no pudieron ser aprovechados; Juan Mojiganga, aquejado del mismo inconveniente, pero cuyas soleares y bulerías, valiosas y de gran corte, fueron luego lanzadas parcialmente, con las de otros cantaores, en un microsurco de Ariola-Eurodisc; el fragüero y jondísimo Santiago Donday, también en soleá, y Antonio Almendrita en cantiñas y saeta, con la guitarra del Niño de los Rizos, protagonizaron la velada; se completó la participación gaditana en el Archivo con otras grabaciones de Pericón y Amós Rodríguez, respectivamente efectuadas en Madrid, Sevilla y Alcalá de Guadaíra. (15)
Una prueba de mala praxis y de cómo se clonan las falacias, con sorprendente facilidad, de un periodista a otro, o de un investigador a otro —con el, lamentable, copia/pega— la tenemos en la casi totalidad de las biografías que, sobre José Mercé, circulan por la red, en las que se asegura que el jerezano debutó en La Cueva del Pájaro Azul. A nosotros, nos lo desmintió personalmente en directo, ante los micrófonos, mostrando él mismo la extrañeza por lo extendido del error. José Mercé debutó en Cádiz, sí; pero en El Tablao. Y esa es otra historia, otros dueños, otra etapa flamenca de Cádiz, otras circunstancias, que, llegado el caso, ya arribarán en un fardo.
Entretanto, disfruten de esta magnífica colección de imágenes, de 56 fotografías, la mayoría de ellas inéditas y pertenecientes al fondo familiar de la familia Fedriani del Moral, y sirvan de homenaje y reconocimiento a ese gran hombre, vinatero de vocación y devoción; empresario, visionario y mejor padre de familia que fue: don Manuel Fedriani Consejero.
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(1) BALMASEDA GONZÁLEZ, Manuel, Primer cancionero de coplas flamencas populares según al estilo de Andalucía (1881). Edición y prólogo de Enrique Baltanás, Sevilla: Signatura flamenco, 2001 (pág. 22).
(2) RODRÍGUEZ MARÍN, Francisco, Cantos populares españoles, recogidos, ordenados e ilustrados, Sevilla, 1883 (págs. 404-408).
(3) PEDRELL, Felipe, Cantos andaluces: coplas de contrabandistas, guapos, chavales y matones del cantaor Silverio; puestas para piano con letra para canto por F. Peláez, Barcelona: Manuel Salvat, 1893.
(4) CARO BAROJA, Julio, Ensayo sobre la literatura de cordel, Madrid: Ediciones Itsmo, 1990 (pág. 126).
(5) La Tertulia, 6 de enero de 1850. (Agradezco a Gregorio Valderrama Zapata la localización de este documento).
(6) MACHADO Y ÁLVAREZ, Antonio, Colección de cantes flamencos, recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez "Demófilo". Edición, introducción y notas de Enrique Baltanás, Sevilla: Portada Editorial, 1996 (pág. 196).
(7) Ibídem. Pág. 298.
(8) No sólo Vila Valencia, también Ramón Grosso y Álvaro Picardo, defendieron la tesis de la cueva bandolera: "El doctor don Ramón Grosso, uno de los hombres que mejor conoce las leyendas gaditanas, lo negó. No era un aljibe. Era la cueva donde desarrolló toda su actividad delictiva un legendario pirata conocido como el 'Pájaro Azul'. Y se agregó que si se exploraba a fondo se llegaría por sus pasadizos hasta la mismísima muralla, en el Campo del Sur. Pero como la mar, rugientemente amenazante se deja oír en la cueva, nadie ha querido buscarle los tres pies al gato del Atlántico. Y la cueva, decorada siguiendo las instrucciones del doctor Grosso, es hoy templo del cante y esencia de Cádiz". Véase: MARLASCA PÉREZ, Manuel, Estampas del verano, en ABC (Madrid), 3 de septiembre de 1968. Al día siguiente de la inauguración del local, 'Gisaon' firmaba la siguiente crónica: "Teníamos, como digo, la 'Cueva', pero había que encajar un misterio dentro de unas determinadas características y entonces, la casualidad, pródiga colaboradora de estas tareas del espíritu, nos salió al paso, para personalizar una figura gaditana, que supervivía olvidada en nuestra historia local. Esta vez la fortuna nos hizo dar con una historia de costumbres, deliciosamente cursi, editada en la 'Revista Médica', en el año de 1868, titulada 'Cádiz y sus misterios', y que poseía nuestro compañero y amigo Álvaro Picardo". Diario de Cádiz, 13 de agosto de 1960.
(9) FEDRIANI DEL MORAL, Manuel, La Cueva del Pájaro Azul (inédito), Cádiz: 2007 (págs. 2-6).
(10) Esta señora no tuvo descendencia. Transcurrieron los plazos legales, nadie reclamó y la finca pasó a manos del ayuntamiento de Cádiz que, en la actualidad, busca comprador. Véase el siguiente anuncio de Procasa, publicado en noviembre de 2013:
(11) FEDRIANI DEL MORAL, Manuel, Ibídem. Pág. 4-5.
(12) Ibídem. Págs. 22 y 23.
(13) Con posterioridad, en 1997, una comparsa de Manuel Pecci y Romero Lobón, concursó bajo el título de "La Cueva del Pájaro Azul". Por otra parte, en 2007, un musical flamenco se quedó en el tintero de los proyectos de Antonio Martínez Ares y Manuel Ruiz Queco, autor del célebre 'Aserejé' a quien hemos de perdonar el lapsus de la fecha del descubrimiento de la cueva y su ubicación exacta, en las siguientes declaraciones a la prensa: "Según explicó Queco a ABC, el montaje versará sobres las anécdotas y vivencias que tuvieron lugar en la cueva del Pájaro Azul, un local del muelle gaditano, surgido en los años 40. Actualmente, Queco y Martínez Ares se encuentran inmersos en la composición de las piezas.", ABC, 7 de octubre de 2007.
(14) Archivo Histórico Municipal de Cádiz. Caja número 6.283.
(15) QUIÑONES CHOZAS, Fernando, De Cádiz y sus cantes. Guía de un folklore y una ciudad milenarios, Barcelona: Fundación José Manuel Lara, 2005 (pág. 92).
(16) Con la inestimable ayuda de mi compañero, Javier Alcedo.
Interesantísimo, querido Javier.
ResponderEliminarUn abrazo,
Daniel Heredia
Muchísimas gracias, amigo Daniel. Encantado de tu visita.
EliminarUn abrazo
Javier que buenos rcuerdos me trae ese lugar de la bodega San Juan. Cuando yo joven íbamos varios amigos a pasear por la calle Ancha, San José y Zorrilla para ver las niñas pero ante pasabamos por la bodega y nos tomábamos un rebujao de vino fino y moscatel y costaba o,60 céntimos no vea como ibamos nosotros para el paseo de calentito, pero ala hora ibamos otra vez a la bodega y otro rebujao y ya era cuando no ligabamos nada porque solo el olor que teniamos no querian nada con nosotros despues de mayor y con la flamenqueria ya nuestros sitios era la calle San Juan tomar un cafelito en bar de sAn Juan y el callejón de Osorio y de alli al Moderno o al Pajaro y a las cuatros de la mañana al café Español y otro cafelito y para casa asi que esta entrada tuya me ha recordado mis años mozo. Gracias por esta entrada que es algo que hay que tener en los archivos para leer de cuando en cuando para recordar.un abrazo.
ResponderEliminarClaro, Paco, a ti te cogió de pleno en su etapa dorada. Yo sólo conocí la cueva, todavía abierta como tal, pero dando ya sus últimos coletazos, hacia 1980. Recuerdo que salíamos del ensayo con El Moreno,El Carli y El Gordi y terminábamos allí de madrugada; pero ya en esa etapa de este último empresario que la tuvo, que, como bien comenta el amigo Manuel Fedriani, ya no tuvo nada que ver con lo que aquello había sido.
EliminarUn abrazo.
Como siempre de nivelazo. Sabes que muero con Cái pero más muero cuando más conozco su historia y sus infrahistorias contadas por tí. De categoría Javi, un bastinazo el descubrir "La Cueva del Pájaro Azul". Salud
ResponderEliminarMuchas gracias, compañero de batalla y empresa. Ojalá el destino nos vuelva a poner juntos trabajando en un proyecto, como aquella 'Fiesta de la palabra' que, a la postre, resultó, uno de los mejores programas-documentales. Gracias de veras. Un abrazo.
EliminarPerdona que te moleste otra vez ese Moreno que tú iba con él a ensayar es el Moreno de la calle Goleta ese que le han puesto un busto debajo de mi casa donde yo me crie, Manuel Moreno Pavón mi gran amigo desde la infancia.
ResponderEliminarSí, Paco, 'El Moreno'; el que cantaba con las manos y el que Paco Alba no disimulaba su admiración por él.
EliminarInteresantísimo y valioso trabajo.No llegué a conocer el lugar,pese a que en sus últimos tiempos ya andurreaba uno por Cádiz.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Ojú, Javi, dónde bicheas estas cosas tan interesantes? Ni la mitad sabía yo de todo esto. Conozco la Cueva del Pájaro azul, era muy jovenita, fuí con mi familia y mi novio por aquel entonces, (hoy mi marido). Mi madre era una convencida de que por allí debería haber un tesoro escondido, jeeee...
EliminarUn trabajo arduo, interesante y valioso, lo único que me resta decirte es ¡¡¡"Chapó"!!!
Un abrazo.
Muchas gracias, Fran, por tu comentario y gracias también a ti, Mari Carmen por el tuyo... (te has "colado", respondiendo directamente a Fran...Jajajajaja)
EliminarAbrazos a ambos,
Extraordinaria entrada amigo Javi. Esperamos con impaciencia esos registros sonoros de la Cueva. Seguro que nos topamos con muchas sorpresas. Algunos archivos sonoros que nombraba el bueno de Quiñones, realizados por Caballero Bonald (Archivos de Vergara) los tienes a tu disposición en mi blog, salvo las bulerías de Mogiganga, hermano de Curro la Gamba (las soleares suyas sí, con la guitarra del Rizos). que todavía no he podido encontrar. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Antonio. Lástima que en las grabaciones no están todos los artistas (faltan La Perla y María Vargas, por ejemplo). En realidad, está lo que se ha conservado. Con todo, hay actuaciones muy buenas y sorprendentes. Respecto del archivo Vergara, ya me enseñaste en su día la soleá del Mellizo, interpretada por Mojiganga, que finalmente no se editó en vinilo, que es una maravilla. Ni que decir que los alcoholes febreriles y los papelillos tienen la culpa de este retraso en contestar, impropio de tu amigo.
EliminarUn abrazo.
Preciosa entrada Javier. Un gustazo leerla. Guillermo Castro.
ResponderEliminarMuchas gracias, Guillermo. Un abrazo.
EliminarGracias por la enorme semblanza que habéis realizado entre mi tío Manuel Fedriani del moral de mi queridisimo abuelo Manuel. Gran hombre y gran padrino.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti y a toda la familia Fedriani por mostrar la información y el legado fotográfico de un lugar que la ciudad siente como suyo.
EliminarMe he emocionado al leer sin pestañear todo el contenido. Nací en la calle San Juan 25, a escaso 70 metros de la Bodega San Juan en el año 1953. Recuerdo cuando se empezo a correr por el barrio el descubrimiento, se hacian miles cde comentarios diferentes sin fundamentos, hasta que habian encontrado calaveras. Mi padre era asiduo a la Bodega San Juan, vamos que las cogias de pepillo y verruga. Mi madre me mandaba a buscar a mi padre y a mi me encantaba, ya que me tomaba un moscatel rebajado con agua de sifon, que me servia Paco ò Eduardo, que eran los taberneros. Recuerdo con añoranza cuando instalaron la Sinfonola y esos barriles llenos de mosquitos de canilla. Don Manuel Frediani era un señor respetado por todos, y uno de sus hijos (no recuerdo su nombre), es de mi edad, es mas, hicimos el periodo de instruccion militar en Obejo en Abril de 1975, y se caso con una chica muy guapa, hermana del frutero Jose Gallan.Y de la Cueva que voy a decir, recuerdo al cojo Peroche vestido de bandolero, y casi todos los que salian del Salon Moderno (San Juan 23), terminaban en el Cueva para seguir la juerga. Mi hermano Antonio, mayor que yo mas de 5 años, estuvo trabajando con 14-15 años de friega-vasos en la Cueva, ya que en casa ibamos ajustaillos y se necesitaba algo de ingreso. Para finalizar, darte las gracias Manuel, por haber narrado esa historia, que me ha hecho recordar mi feliz infancia. Del cordobés, el albañil que bajo al sotano, me acuerdo perfectamente, asiduo tambien en la Bodega, compañero de copitas de vino de mi padre y del carpintero Torrejon tambien, que vivìa en el Campo del Sur esquina con la escalerilla de Osorio.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu testimonio, querido Manolito 53. Celebro mucho que te haya gustado y te haya transportado a tu infancia. Le trasladaré a Manuel Fedriani (hijo) las gracias, porque es él quien nos ha aportado a todos los pormenores del célebre habitáculo.
EliminarUn saludo afectuoso.
Otra lección de investigación que agradecemos tus seguidores. GRacias
ResponderEliminarGracias siempre a ti, José.
EliminarUn abrazo.
Magnífico trabajo, Javier. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias, queridísimo compañero. Un fuerte abrazo para ti, Miguel Ángel.
Eliminar