Antigua Plaza de Toros, con el sol a media tarde y la marea llena cubriendo la Punta de Poniente. AHMC |
La Ópera Flamenca fue una controvertida etapa (1927-1933), en la que todavía se discute hasta la razón de ser de aquella denominación, hoy en desuso. Y está bien que así se haga —véanse las últimas investigaciones, bien afinadas, en lo que a su cronología se refiere—. Las grandes figuras de la época y otras de menor relevancia, llenaron los cosos taurinos de toda España, con una estética competitiva indiscutible, en la que cada artista era anunciado con adjetivos grandilocuentes, legando una cartelería, que el tiempo nos presenta frívola, con enormes artistas, publicitados bajo la machacona moda de sempiternas frases, a modo de subtítulo: emperadores, renovadores, ruiseñores, soberanas, poetas, recitadores, reyes, brujos, ases, y una legión de Niños y Niñas, engrosando la compañía; figuras todas, bajo la astuta batuta del mago Vedrines y su chistera.
Recientemente, Antonio Barberán ha profundizado también en su Callejón sobre esta etapa y su relación con Cádiz, con datos indispensables, que no dudamos en recomendar sus tres entregas: primera, segunda y tercera.
Diario de Cádiz, 5 de agosto de 1930 |
La última plaza de toros de Cádiz fue inaugurada en 1929. Se trataba, conforme a los trabajos de Francisco Orgambides, de la plaza número once, tras las diez anteriores que tuvo la ciudad; siendo la Plaza de San Roque de 1717, el primer edificio de la historia gaditana destinado a albergar corridas, con posterioridad a las que se celebraron en la Plaza de San Antonio o Campo de la Jara y en la Corredera de las Águilas, cuyos festejos se remontan al siglo XVI.