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sábado, 11 de octubre de 2014

"Mi gustar flamenco". De tiendas y trastiendas touristas (Al maestro Luis Suárez Ávila)


                                  El mar. La mar.
                          El mar. ¡Sólo la mar!
                                 (Rafael Alberti)


Manuel de Falla desembarca en Sancti Petri
Mar atlántica que la Gades de Vasallo escudriña a poniente. Hacia el sur, La Atlántida que Falla compuso desde el islote de Sancti Pectri (1), entre esteros y granitos del salinar. El mar y un soplo de viento, de Ramón Solís; Viento que es del Sur, en boca y pluma de Quiñones y Señorita (cursi) del Mar, en la de Pemán. Barquillas de Lope de Vega, que quitándose los zapatos saltaba de peñasco en peñascoespejos de sol y sal, de Villalón, aguas, donde un cíclope gitano tuvo un taller artesano, sumergido en La Caleta, de Alba Medina.

En el catalejo de bronce del anticuario de Enrique de las Marinas de Antonio Burgos, se otean genoveses que comercian y marineros de aguardiente, con el palo de campeche, el ron y la caoba; por eso Cádiz parece estar todavía esperando al último galeón, en pluma de García Márquezsurgiendo del mar azul oscuro, en la de Lord Byron o siendo una mancha blanca en medio del mar, en la de Edmundo de Amicis. El mar le rodea y determina la arquitectura de la Bahía. No digamos el lenguaje. Por eso a la enemistad se le "pone la proa"; la pelota no se cuela en un tejado: "se embarca" y cuando se va a recuperarla no se trepa: se "marinea".



EBarco, la juerga y el ventorrillo, fueron tres vértices de un triángulo muy común entre los flamenquitos gaditanos del siglo XIX. Por el pórtico de la Plaza de Isabel Segunda (hoy San Juan de Dios) y a través del transito marítimo, entraba todo: lo bueno, lo menos bueno, lo regular y lo malo. Prosperidad y contrabando, también progreso y asedios.





Y ritmos ultramarinos, estibados en las bodegas de polacras, bergantines y goletas, junto a la pimienta de Jamaica, el cacao de Caracas, Guatemala o Guayaquil; el tabaco en rama, el aguardiente de caña, la plata labrada, el polvo de grana, el azúcar de pilón, las peinetas de asta, la lana de vicuña o carnero, cordobanes curtidos y añil... Y compases binarios. Y melodías nuevas, de Petén, Veracruz, La Habana o La Guaira. Y giros y acentos de palabras novedosas, prestas a enraizarse en una orilla, también atlántica y de fértiles arenas, para que los estilos agarrasen y se cimbrearan, por mor de las corrientes, como una pradera de posidonias que baila sus estilizados filamentos al capricho de los vaivenes de la mar de leva.

"Home, date cuenta que en aquella época pa uno de Cái era más fácil embarcarse pa la Habana que ir a Madrid..." (2)

Los touristas siempre fueron habituales consumidores de lo flamenco. ¡Mi gustar flamencou! Guiris ávidos del exotismo de una música mestiza, que mostraba su madera oriental envejecida y sus rasgos más raciales. De Richar Ford al penúltimo japonés; de George Borrow a Blanco White, de Alexander Slidell a Teófilo Gautier; de Gustavo Dore, Davillier al Cubano que vino a Cái...  ¡Mi gustar flamencou! La manzanilla, los jereces y las caderas danzando hacían el resto:



Diario de Cádiz, 12 de octubre de 1889





Las ventas y ventorrillos, los restaurantes emparrados y las tiendas de vinos, colonizaban el centro y las afueras de la ciudad. La manzanilla, el Jerez solariego —que por su carácter añejo se recomendaba en la época estival— y el Chiclana de barril, eran los caldos de habitual consumo.



Juerga a bordo del Carlos V. Foto: La Revista Moderna, 16 de abril de 1898


Una radiografía, bastante aproximada, de los lugares de encuentro flamenco de aquel Cádiz del último tercio del siglo XIX, sería la que sigue. 

Nombres evocadores, como: la Perla Jerezana, de Francisco Ruiz de Celis; el Nuevo Paraíso, de Laureano Morante; la Nevería Italiana que Ricardo Bañasco regentaba en la calle Ancha; el Café de la Cita, de Ramón Novo; la Tienda del Telescopio, de Eduardo Ríos; las Nuevas Cortes, de Antonio Caso, sito en el número 51 de la calle San José; la Tienda del Siglo, de Manuel González; el Café Suizo al frente del cual estaba Rafael Cabo; la Tienda del Pardo, de Teodoro Pascua, sita en Murguía; La Colonial, de Juan Sánchez; la Tienda de la Florida, ubicada en la calle Nueva —punto de parada habitual del platero Ricardo Gualda—; la Tienda de la Bendición, de Benito García; la Primera de Cádiz, de Francisco González, ubicada en el 2 de la calle Zaragoza; la Tienda del Colmado, de Manuel Díaz; la Tienda de las Vacas, de Adolfo Álvarez; la Cooperativa Universal, de Miguel Guilloto; la Tienda de Peredo, de Vicente Mezones; la Tienda del Matadero, sanedrín flamenco del barrio de Santa María, regentada por Facundo Gutiérrez, mil veces evocada por la memoria sentimental del niño Chano Lobato, La Privadilla de Gaspar del Pino, santuario y Meca sagrada del flamenco, levantado en el setecientos.



Cádiz. En un ventorrillo de Puerta Tierra. Purger & Co. Hacia 1905


El Extramuros no se quedaba a la zaga de tabernas, tiendas y ventas de rancio abolengo: el Ventorrillo del Chato, edificado en el siglo XVIII y regentado en el XIX por Secundino Ceballos (más adelante se haría cargo del negocio del ventorrillo, el tocaor, Servando Roa); la Antigua de Corona, de Antonio González —que coexistía en el tiempo con las tiendas Corona Vieja, de José Revueltas y Corona Nueva, de Manuel G. Ruiz—; La Victoria, de Servando Fernández —negocio que con el tiempo regentaría el cantaor Diego Antúnez—; Vista Hermosa, cercana a la anterior; la Tienda de Víctor, sita en San Severiano y regentada por Manuel Mazón; la Tienda de Buena Vista, del mismo barrio; La Oriental, en el barrio de San José, en el vértice de las calles Adriano (hoy Avenida de Portugal) y Arrecife (actual Avenida).



El mero pretexto de estar vivo significaba un motivo de juerga que duraba días. Si encima era un natalicio, en el seno de los gitanos carniceros de aquellos tablajeros de la carne, se formaba la mundial: 



Diario de Cádiz, 1 de febrero de 1892
 Solo de guitarra en una noche calurosa. Enrique Simonet, 1906

Guiris —curioso término de origen vasco, de los partidarios de Guiristinu (3)— de la Armada Británica, prestos a emborracharse de manzanilla, por esas tiendas de Puertatierra, "hasta hora avanzada de la noche", o sea, con una alta probabilidad de dormir la resaca en alguna posada de Extramuros:



Diario de Cádiz, 12 de diciembre de 1894

El regreso de un periodista foráneo o la despedida de un artista de primer nivel, como el eminente tocaor, Manuel Pérez El Pollo, eran las casualidades que dibujaban una juerga. En este caso, en La Colonial, con los trémolos y arpegios virtuosos de uno de los tocaores predilectos de Enrique el Mellizo:



Diario de Cádiz, 15 de abril de 1903


Diario de Cádiz, 15 de abril de 1903

El arte flamenco amenizaba las veladas de las clases opulentas, que contrataban a los artistas. El restaurante El Siglo, sito en Cervantes y Vea Murguía, fue el local escogido por los socios del Casino Gaditano, en donde se brindó con manzanilla, rioja y champagne... y con los tercios de las seguiriyas, las soleares y la malagueña —joya barroca de su padre— que Antonio el Mellizo, había oído en (su) la Casa de los Jiménez, de la calle Mirador:



Diario de Cádiz, 14 de septiembre de 1904


Concierto vecinal. Enrique Simonet, 1901

Prosigamos en el restaurante El Siglo, para conocer una reveladora fiesta que allí le programaron a un grupo de turistas yanquis. La gacetilla periodística viene con su miga bajo el brazo, al aportarnos un dato —entiendo que importante—, y que viene a sumar, en la cenagosa y compleja reconstrucción del conocimiento de la historiografía del flamenco.


Al musicólogo e investigador, Guillermo Castro Buendía, le llamó un 'buendía' la atención, la temprana cita de la taranta, en mayo de 1905, que rastreábamos en un fardo, con motivo de una actuación de don Antonio Chacón en el Teatro Cómico (léase su quinto comentario aquí). Argumentaba Castro Buendía, en su momento, que el registro más antiguo, entonces conocido para la taranta, era el de Gaspar Vivas y el baile de La Malagueñita, en 1906 —según hallazgo de José Luis Navarro— y que Chacón no la grabó hasta 1909; si bien, se tenía constancia de que las cantaba, al menos desde 1908.


En esta fiesta turística que le organizan a los norteamericanos y que seguidamente damos a conocer, nos aparecen las tarantas, en febrero de 1905 (cuatro meses antes que aquellas que se cantaron en el Teatro Cómico de la calle San Miguel) y se presentan nuevamente en boca del hijo de Enrique el Mellizo, Enrique Jiménez Hermosilla, con dos interesantes connotaciones; una, que a la sazón: "ya son famosas"; más una explícita, segunda advertencia del redactor: "importadas de los pueblos de Levante". Se canta (y se baila) por tangos también, por alegrías y peteneras; y es evidente que Manuel Pérez El Pollo —de cuya maestría del toque por malagueñas llegó a hacerse una obra de teatro musical, que en su momento mostraremos— le acompaña por tarantas, con los bellos acordes levantinos:


Diario de Cádiz, 11 de febrero de 1905


Trasatlántico Moltke


 Moret en su primitiva ubicación, hacia 1930. Foto: Reymundo. AHMC

Antes. Mucho antes de que el guía turístico fuese una profesión asociada, nació en el vestíbulo de la Puerta del Mar la figura del Pimpi, personaje que brotó de la propia necesidad, en el señorío del muelle, que iba del Café la Machina a La Bella Sirena; embaucador, embustero, destilado del pícaro del Siglo de Oro español, con la poca vergüenza —que no sinvergüenza— y la cara bien próxima a los férreos mármoles genoveses de las casas palaciegas, enseñando un Cádiz pasado, en ocasiones anacrónico, inexistente e inventado sobre la marcha cuando el estómago lo necesitaba. Pero con gracia. Con la misma que, un siglo después, Chano Lobato le ubicaba en el mapa a su homónimo cantaor japonés —que le había preguntado por la ubicación exacta de la bulería, copiada milimétricamente— dónde estaba María Bastón

"—¡Maestro, no posible María Bastón en los Astilleros!"


Pericón de Cádiz (y José Luis Ortiz Nuevo), hizo un retrato certero de la coba bien entendida como antídoto para la supervivencia, en épocas dificultosas, entre turbas de turistas que contemplaban el Cádiz de principios de siglo XX:


"Entre los tipos de gracia verdá que había en Cádiz, El Colorao y Perico el de las Viejas Ricas se llevaban la palma con las cosas que se les ocurrían de hacer, cosas de gracia verdá.

El Colorao era bajito, más bien regordete, y mu colorao de cara, que por eso le decían El Colorao; y a Perico le decían El de las Viejas Ricas porque había salío en el Carnaval con un coro que le decían 'De las Viejas Ricas'.


Y claro, como se conocían tanto y se compenetraban tan bien en el ambiente aquel de Cádiz, siempre estaban juntos inventando cosas.


¡Oh Calaverita!


En una ocasión que estaban los dos caninos s´encontraron en la plaza la Catedral con siete y ocho turistas, y ná más verlos, El Colorao que le dice a Perico:


—Ahí se puede ganar dinero, hombre.


—¿Cómo? le contesta Perico. Y le dice El Colorao:

—Mira el gracioso... ¡Chiquillo, dándotelas de guía! Tú te acercas a ellos y les dices que eres el mejor guía de Cádiz y les enseñas lo que ellos quieran.


—¿Y usted por qué no va, compare?


—Hombre —le dice El Colorao— yo no voy porque no tengo don de palabra, pero usté sí que tiene.

Y como estaban los dos caninos perdíos, Perico se va pa los turistas y emprincipia:



—¡Catedral! Y le dicen los turistas:

—¡Oh Cathedrall, bonita Cathedrall!


—Yo soy el primer guía que hay en Cádiz.

—¡Oh, primer guía guía que hay en Cádiz; usted enseñar Cathedrall!


—Ahora mismo, hombre.


Y se fueron pa la Catedral; entonces uno de los turistas sacó una pitillera y empezó a darles tabaco a tós, menos a Perico, que no le dio ná, y no veas cómo estaba Perico por fumarse un cigarro... Y entran en la Catedral. Pero ná más entrar, hay allí una urna con una calavera, y claro, Perico no sabía ná de la calavera, de quien era ni ná. Y le dice uno de los turistas:


—¡Oh, calavera! ¿De quién calavera?


—¿Calavera? Calavera del primer gallego que entró en Cái.

—¡Oh, primer gallego que entró en Cái calavera!

Siguen más p´alante. Una nave, otra nave, y a la tercera tropiezan con una urna chiquitita con una calaverita dentro. Y el turista que le dice:


—¡Oh, calaverita! ¿De quién calaverita?

—¿Calaverita? Calaverita del primer gallego que entró en Cái.

—¡Oh, no posible! Calavera primer gallego que entró en Cái y calaverita primer gallego que entró en Cái, no posible.

—Por la gloria de mi madre, hombre: ¡cuando era un chiquillo el gallego!

Siguen p´alante, y el turista de la pitillera que saca otro cigarro y empieza a repartir a tor mundo, menos a Perico. Están por allí dando vueltas y llegan a un rincón que había un santo solo, y el turista que le pregunta otra vez:


—¡Oh, qué santo! ¿Cómo llamar santo?


—¡San Antonio!

—¡Oh, San Antonio, no posible!

—Hombre, ¿no voy yo a conocer a San Antonio?


—¡No!, no posible. San Antonio tiene un niño.

—Si ya lo sé, guasa; si ya lo sé; pero es que lo he mandao al estanco por tabaco pa mí." (4)

En febrero de 1906, atracaba en Cádiz el buque Arabic. A los touristas que llevaba a bordo se les preparó un paseo por sus monumentos y una fiesta flamenca en una casa particular:



Diario de Cádiz, 19 de febrero de 1906




_________________________

(1) José María Pemán que junto a Álvaro Picardo acompañó a Falla a Sancti Petri, contaba la siguiente anécdota de la fotografía arriba mostrada: "Del vaporcito saltamos a un bote. Cruzamos sobre las famosas piedras 'Rompetimones' (¿sillares del templo?), en las que hace dos años un buzo pescó una estatua de bronce. Y llegamos a Sancti Petri. El islote no tiene muelle. Hay que encallar el bote en la playa. El botero con los pies metidos en agua, nos toma del bote con sus brazos fortalecidos por la magnífica gimnasia del remo, y nos traslada por el aire como muñequitos, a la arena. Es aquello una escena primitiva y mitológica. El cuerpecillo, breve y tembloroso de Falla, duda sobre la proa del bote antes de entregarse al jayán. Pregunta ingenuamente:
 ¿Podrá conmigo?...
Y la voz de uno de los acompañantes contesta:
 Maestro, podría con Wagner; no sé si podrá con usted."
Véase En busca del Templo de Hércules (El maestro Falla y su 'Atlántida'), en SÁNCHEZ GARCÍA, Fernando, La correspondencia inédita entre Manuel de Falla y José María Pemán (1929-1941), San Fernando: Caja de Ahorros de Jerez, 1988 (pág. 130).

(2) ZILBERMANN MORALES, Marcos, De la Habana llegó un fulano, en Antología de América en el Carnaval de Cádiz, Cádiz: Caja de Ahorros de Jerez, 1985.

(3) Así lo explicaba el eminente antropólogo, Julio Caro Baroja, en el prólogo de la obra citada: "Durante la primera guerra civil española se acuñaron palabras como la de 'carca', que aún se usa algo y la de 'guiri' que ha caído en desuso, aludiendo a los partidarios de Don Carlos y doña Cristina respectivamente, porque de 'cristinos', los vascos hacían 'guiristinu'." Véase: TEMPRANO, Emilio, La selva de los tópicos, Madrid: Mondadori, 1988 (pág. 11 y 12).

(4) ORTIZ NUEVO José LuisLas mil y una historias de Pericón de  Cádiz, Madrid: Ediciones Demófilo, 1975 (Págs 155-157).