Otoño de 1512. Una goleta navega rumbo a Cádiz. Una galerna la encalla en la Punta la Nao. El cargamento es sumamente valioso; trae estibado los misterios aurorales del flamenco. Lingotes de seguiriya y soleá, plata pura de corridos y tonás, de cantiñas y perlas preciosas de aroma indiano. Por testigo su orilla y la sangre dinástica de la gente del bronce. Pericón lo dijo y el poeta de Archidona dio fe.
Aquí están los fardos, sin pretensión de fardar. Papeles flamencos de Cádiz y sus Puertos.
La fotografía en blanco y negro tiene su aquel. "Aquel", más cerca de significar inteligencia (según raíz árabe), que del pronombre demostrativo, como adelantó Adolfo de Castro en su estudio de arcanidades. O sea, su nosequé: ese comodín lingüístico que sirve para explicar lo que no tiene explicación: como el duende flamenco, los agujeros negros o la mirada de Farruco.
Claro que para hacer buenas fotografías hay que ser buen fotógrafo. Y en modo alguno están ante uno, por más que en esta marea hayamos querido compartir un fardo con fotos de la cosecha de nuestro atrevimiento. Porque es evidente que hacer fotos no nos convierte en fotógrafo; como escribir libros, tampoco en escritor; y como ni siquiera ser productor de radio nos convierte en periodista. Otros sí se sienten convertidos, y en su derecho que están, ¡oigusté!
Mariana Cornejo
No busquen —pues— en estas imágenes composiciones inteligentes, ni buenos encuadres o mejores definiciones. Son fotos escandalosamente simples, con vocación advenediza; llenas de defectos de mero aficionado, cuyo único denominador común es que estuvieron hechas con mucha ilusión.
Son también hijas del carrete y del revelado, de asas, de líquidos en cubeta, de tiempos de exposiciones y de alfileres de madera "tendiendo" pequeñas ilusiones en papel fotográfico, que pendían de un hilo de expectativas, en aquel laboratorio oscuro de luces rojas. Oscuro y rojo como el ilusionante contraste de lo prohibido.
Mariana Cornejo
El proceso, no por conocido, dejaba de tener un envolvente de absoluta magia, cuando de forma fantástica, iban apareciendo en el blanco de los papeles bañados por los líquidos fijadores, fantasmagóricas líneas y trazos que luego se convertían en siluetas, más tarde en figuras y al poco en personas, paisajes y cosas.
Imagino las caras asombradas de los pioneros del daguerrotipo y de aquellos caballeros decimonónicos de la albúmina y el colodión, cuánta fascinación tuvieron que sentir, cuando fijaron para siempre la imagen, en el ecuador del siglo XIX.
Si algo tienen de positivos estos retratos —aparte de haber sido positivados de negativos— es su indiscutible valor testifical y fedatario de un tiempo del Cádiz flamenco de lo inicios de los años 90, que ahora estamos encantados de compartir en este aguaje de abril, veintipico años después.
Aquella noche (como diría Félix Grande) Mariana Cornejoestuvo tocada por los duendes de la vieja Fábrica de Electricidad que la Sociedad Cooperativa del Gas había abierto en la plaza del Pozo de las Nieves, luego Central Lechera, espacio cultural que todavía conserva dicha denominación. Mariana se encontraba en plenitud de facultades. Hacía unos años que había ganado el Concurso Nacional de Córdoba y su fama de dominadora de los estilos de Cádiz y los Puertos, se había extendido por toda la geografía española, con el espaldarazo que le supuso la otra fama mediática de los anuncios televisivos y su participación en la serie de Canal Sur TelevisiónPensión el Patio, de Gonzalo García Pelayo.
Mariana Cornejo
Aquella noche (proseguiría Félix) Mariana invocó a los dioses de la vieja central de electricidad. Desplegó toda la bipolaridad de su cante. Transitó por los tonos agudos y graves y por toda la baraja rítmica. Se acordó de El Pena (padre), arrebujó las cantiñasdel Torrijo con el pregón verdulero del mirabrás; rememoró por bulerías a La Perla y a veces con su timbre llegaba a recordártela, con la sonrisa aprobatoria de su marido, Curro la Gamba, que con las palmas le secundaba atrás —con El Morcillero y su hermano Juan— los tres con soniquete milimétrico.
Se puso seria con la malagueña del Mellizo: Si dios me diera a mí el mando / yo quitaría del mundo... Conmovió con la soleá de Cádiz: ¡Omaíta de mi alma / dime dónde estás metía / que a voces te estoy llamando / y tú no me respondía! Y festera la formó por tanguillos: con los textos del poeta arcense Antonio Murciano y la melodía anticuaria de Rodríguez, El Tío de la Tiza, sin saber Marianita que los arcanos de las calichas de La Lechera estaban en complú, pues Rodríguez había trabajado en la empresa de fabricación de gas (luego de electricidad) que ocupó el mismo edificio en el que estaba actuando: Aquí está la Mariana con sus tanguillos / pa alegrá a los viejos, gordos, pellejos y a los chiquillos...
Paco del Río presentando el acto. Atrás, Curro la Gamba, Juan Cornejo y El Morcillero. Alante: Mariana Cornejo y Pascual de Lorca
Mariana Cornejo y Pascual de Lorca.
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo y Pascual de Lorca
Insólita imagen suya cantando con gafas
Mariana Cornejo, Juan Cornejo, El Morcillero y Pascual de Lorca
Mariana Cornejo
El Morcillero
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo y Pascual de Lorca
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo, Curro la Gamba Juan Cornejo y El Morcillero
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo y Pascual de Lorca
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo y Pascual de Lorca
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Mariana Cornejo
Te recuerdo con el corazón, con tu sonrisa y tu alegría, que eran más verdad que todos los amaneceres juntos. Mira qué guapa estabas en la boda de David Palomar, que te cantó con admiración y tú le bailaste a él. ¿Te acuerdas que nos pusieron un arroz con chorizos frescos, de gran categoría, a las lorquianas cinco de la tarde?