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domingo, 22 de febrero de 2015

Camarón de la Isla (Mágica)


Ya lo estoy viendo. La portada con dos espadañas como las de la Iglesia Mayor y dos farolas por antorchas, que alumbrarán la entrada (La luz de aquella farola / era la luz de mi alma). ¡Pasen al Parque Temático Camarón de la Isla! Camarón Adventure. Agua Park de esteros, con toboganes espirales en forma de cañaílla y callejuelas trazadas a cordel para conocer las distintas atracciones. Una de ellas, EL LABERINTO DEL ESPEJO (en que te miras), un recinto que te enredará como te enredaba su cante (Eres como un laberinto (bis) / de pasiones). Otra, LA FRAGUA FANTASMA, con su yunque, clavo y alcayata; atracción que, como la de Disney, va a ser importada del mismo Orlando (de la calle Orlando, vaya). Será particularmente recomendable entrar en EL CASAMIENTO, recinto en donde te partirás la camisita, aunque sea la uniquita que tengas; seda o no seda, ésa es la cuestión. NORIAS y MONTAÑAS RUSAS te elevarán volando (voy / volando vengo), con unas privilegiadas vistas del Castillo de San Romualdo, (Como castillo de arena). Por último, EL TÍO VIVO, con jacas que girarán y galoparán a ritmo de la Nana del caballo grande. La atracción (TÍO VIVO) tomará directamente su nombre de aquél espabilado que registró la ¿marca? ‘Camarón de la Isla’; no está todavía muy claro, si con el permiso de Joseíco, el gitano al que se le ocurrió el apodo, único propietario moral, intelectual e industrial de ello.

Me merece tanto respeto la figura de Camarón y tan poco los políticos y administraciones, que tan tarde se acuerdan de su legado, que por eso me lo tomo a cachondeo. Sólo les pido, encarecidamente, tres cosas: una, que lo hagan; dos que lo hagan con amplitud de miras y con sentido de preservar su legado; y tres, que dejen de decir de una vez por todas lo de “poner en valor”.



domingo, 8 de febrero de 2015

La Cueva del Pájaro Azul (A Manuel Fedriani Consejero)



Las leyendas son bonitas. Incluso aquellas de improbable veracidad. Misteriosas todas, salvaguardando con celo viejos enigmas. Les cubre un velo sugerente que acentúa su encanto, como una gasa de tul blanca que difumina el objeto central, insinuante, a cambio de aumentar su atractivo e impedir un enfoque claro. Esconden historias fabulosas, inescrutables, fantásticas, casi siempre indemostrables. Toda leyenda tiene un substrato —y aquí con más razón, que la cosa va de subsuelo— cuya estratigrafía nos habla de capas y etapas superpuestas a un punto de origen histórico, a medio camino entre la certeza y la invención, deformadísimo casi siempre por la tradición oral.



El contrabando está presente en la copla flamenca, porque presente ha estado el contrabandismo en nuestra sociedad, sólo que el matutero que ahora matutea, se le llama narco y, despojado de todo romanticismo, ha cambiado el calañé y el trabuco por un GPS de coordenadas; el caballo por la fuerza del motor (de caballo) y la jaca por el jaco:

                      Yo soy aquél contrabandista
                      que huyendo siempre está
                      y cuando pongo mi jaca al escape
                      hacia el Peñón de Gibraltar.
                                              
                      Si me salen al resguardo
                      y el alto a mí me dan,
                      pongo mi jaca al escape
                      que ya sabe dónde va.

                            Se echó al contrabando,

                      y se queó perdío,
                      le cogieron dos fardos de noche,
                      que tenía escondíos. (1)

                             Contrabandista es mi padre,

                     contrabandista es mi hermano;
                     contrabandista ha de ser
                     aquel a quien dé la mano. (2)

                                    Me metí a contrabandista

                     de tabaco y aguardiente
                     y me pillaron los guardias
                     ahora sí que sale fuerte.

                                     Contrabandista valiente

                     ¿qué tienes que tanto lloras?
                     que se me ha muerto el caballo,
                     ya se acabaron mis glorias. (3)

                                     A pesar de los miñones,

                     contrabandista he de ser
                     y he de vender el tabaco
                     a la puerta del cuartel.

                                    ¿Dónde están los cuerpos buenos

                     que los busco y no los hallo?
                     Unos están en presidio;
                     los otros, al contrabando. (4)


Partitura de Felipe Pedrell, bajo el pseudónimo F. Pelaez.
Como bien se preguntó Blas Vega ¿prejuicios del músico catalán?

El periódico La Tertulia, de 6 de enero de 1850, publicaba la Canción de la contrabandista —parte de la cual, oímos en las cantiñas—, de José Sánchez Albarrán (5):



La Tertulia, 6 de enero de 1850

También los acontecimientos reales que dejaron huella en la literatura flamenca, —que en el caso del contrabandismo no fue escasa—, se vieron reflejados en el corpus de cantes; como esta seguiriya, recogida por Antonio Machado Demófilo, en su Colección de cantes flamencos, de 1881, relativa a la muerte del contrabandista Alonso de los Reyes, que hoy es muy frecuente oír en el cambio siguiriyero:


                   Camino e Boyuyo

                   Benta der Noguero,
                   Cómo mataron a Alonso e los Reyes
                   Cuatro bandoleros. (6)

O la serrana que este mismo autor atribuyó al repertorio de Silverio Franconetti:


                   Por la Sierra Morena

                   Bienen bajando
                   Unos ojitos negros
                   De contrabando.
                   Bajando bienen,
                   Unos ojitos negros,
                   Muerto me tienen. (7)



Entre el manojo de leyendas que asienta la tradición de Cádiz, figura la de El Pájaro Azul, supuesto contrabandista "a lomos" de los siglos XVIII y XIX, que tuvo como principal valedor y defensor de su existencia al escritor local, Adolfo Vila Valencia (8) —que le suponía habitante del barrio del Pópulo y arrabales de la calle San Juan—, y que se valía de las numerosas galerías subterráneas para escondite de su contrabando.




Mar atlántica, playa y escondrijo, casi en la misma dirección Sur, Suroeste. La mar atrás, azotaba el frente de vendaval y erosionaba los últimos vestigios de su perfil acantilado, cuando las velas latinas, triangulares, desplegaban su trapo en el horizonte gaditano.



Así era descrito por Vila Valencia:


"(…) Fue por el año 1820 cuando existía en nuestra ciudad una cuadrilla o compañía de contrabandista o matuteros, cuyo jefe o capitán era un tal Francisco Fernández, señó Francisco, por apodo 'El Pájaro Azul', mote que se le dio por su habilidad para los contrabandos, a través de nuestro mar, por el campo del Salado, entonces, y luego Campo del Sur, tenía sus hombres especializados en el arte de los 'alijos' y los que se llevaban a efecto vistiéndose de frailes Capuchinos, dichos contrabandistas, llevaban el tabaco escondido en sus capuchas y desorientando así a los encargados de intervenir la dicha presa.

Cádiz, desde la dominación goda, y luego la árabe, fue la ciudad de los subterráneos. Ya sabemos que en la hoy calle del Obispo Cerero, descubriose en 1643 un sepulcro del tamaño de un pequeño aposento abovedado, y en ocasión de que unos trabajadores sacaban cantos del suelo de dicha calle, observando al hacer la excavación que salía un olor como de pavesa. Bajando a ver lo que allí había, encontraron el sepulcro y un candil de barro donde había estado encendida aquella luz perenne que tanto usaron para las tumbas los griegos y romanos. De este descubrimiento vino el ponerle a la citada calle el nombre del Candil.



También en el año 1700, en la cruz que forman las cuatro esquinas de las calles del Sacramento y Torre, al hacerse una excavación para el aljibe de una casa, se encontró un pavimento de mosaico como de una sala con las palabras “Christus vivit, Christus regnat, Christus adorat, etc”.

En nuestros días, al construirse las fuentes de la Plaza de la Victoria, ante las Puertas de Tierra, vimos en el subsuelo un hermoso salón, perfectamente decorado que continuaba hasta Bahía Blanca.



Este refugio que en otros tiempos constituyeron las catacumbas de los primeros cristianos, fueron en nuestro pasado siglo madrigueras de contrabandistas. Esta del 'señó Francisco' tiene una entrada por la finca número I, casa del Conde de la Marquina, donde en el patio, por una puerta con tranca se introduce el curioso observador en los subterráneos matuterista y que llevan hasta el actual taberna de 'El Pájaro Azul', continuando su travesía hasta Puerto Chico.


La entrada para el auténtico escondrijo de nuestro contrabandista puede verse aún en un recodo de la Plaza del Silencio, penetrando por la callejuela Bajada de Escribanos.


Como entonces se encontraba a medio construir la Iglesia Catedral, por arriba, o techo de la cripta, y por los ventanucos que dan al Campo del Sur, se introducía en contrabando que quedaba en montones en la misma cripta. Las puertas que daban paso a esta guarida están hoy tabicadas.


Cuando los famosos sucesos del 10 de Marzo de 1820, y en defensa de la Constitución de 1812, 'El Pájaro Azul' cayó herido por los soldados del señor Freire, reponiéndose luego gracias a una familia pudiente que lo recogió moribundo a la puerta de una casa de la calle Cánovas del Castillo.



Retirado luego de su vida de matutero, puso un baratillo, o establecimiento de cosas usadas, en la calle de San Bernardo, embarcándose luego para América, en donde seguramente fallecería."

Hasta aquí la leyenda.

Desde aquí la realidad:

La Cueva del Pájaro Azul tiene un nombre propio, como punto de origen: Manuel Fedriani Consejero, el empresario gaditano que regentó la bodega San Juan, en las calles San Juan y Magistral Cabrera. Tuvo la feliz iniciativa de organizar un concurso de cante flamenco en 1960 (como una década antes se había hecho otro, de carácter nacional, en el Gran Teatro Falla), que sirvió de enorme proyección a cantaores, luego convertidos en grandes figuras, como La Perla de Cádiz, Manuel Soto Sordera, Camarón de la IslaSantiago Donday o María Vargas, entre otros muchos artistas.

Transcribimos unas preciosas líneas que nos proporcionó su hijo —y amigo personal nuestro— Manuel Fedriani del Moral, sobre la génesis de La Cueva del Pájaro Azul. Que sea él, por tanto, como testigo directo de las circunstancias y a través de su impagable texto, quien nos contextualice con precisión, todos los antecedentes familiares y laborales, que dieron origen a tan emblemático establecimiento, llamado a escribir unas páginas doradas en la historia del arte flamenco de Cádiz:



"Su nombre Manuel Fedriani Consejero. Nació el día de Santa Bárbara de 1914, en el seno de una familia numerosa y muy humilde. Fue el cuarto hijo de Francisco Fedriani Garbarino y de María Josefa Consejero Prieto. Su padre ejercía de cartero cuando matrimonió y más tarde de farero, recorriendo casi todos los faros de la provincia incluido el de la capital, donde se jubiló y siempre con unos ingresos insignificantes, por lo que toda su prole masculina desde edad muy temprana tuvo que trabajar. Para la descendencia femenina, no son los años que corren hoy se reservaba ayudar en las labores de la casa y procurarle un buen matrimonio. Eran otros tiempos.

En esta penuria, siendo aún muy joven casi un niño y recién acabados sus elementales estudios en el Colegio de la Viñasu padre no pudo costearle otros superiores entra a trabajar de botones en el Banco Central, sito en la plaza San Antonio. Poco a poco dadas sus cualidades va ascendiendo de categoría y estudia contabilidad en clases particulares.

La cruenta e injusta guerra civil le corta su carrera en el banco y con 22 años es reclutado para participar en ella y donde según nos decía no disparó un solo tiro, pero donde lamentablemente perdió a su querido hermano Francisco, dos años mayor que él, el día 26 de agosto de 1936, recién comenzadas las hostilidades.


Manuel Fedriani Consejero y su señora, Manuela del Moral Espinosa.
Foto: Archivo Familia Fedriani (AFF)

Antes de la guerra, que palabra más execrable— siendo ya un zagalón, trabajaba en el banco, como he dicho, y por las tardes impartía clases particulares de bailes de salón hoy tan en boga para engrosar sus escasos ingresos y recuerdo con enorme nostalgia que en nuestra fiestas familiares, danzaba con mi madre había que pedírselo los bailes de moda, entre otros: pasodobles, valses y tangos, dejándonos con la boca abierta y arrancando cariñosos aplausos.

Terminada la contienda en el 39, regresa al banco donde le ofrecen la dirección de una sucursal, pero rehúsa. Su idea era otra y para un hombre inquieto como él, era muy difícil aceptar un sillón para el resto de sus días.

Deja su trabajo en el banco y se asocia con Francisco Travieso, experto conocedor de los caldos españoles y toda una autoridad en este mundillo. Este hombre mucho mayor que él le duplicaba la edad tenía un negocio de vinos en la calle Real de San Fernando, llamado la 'Bodega Isleña' y fue este señor quien lo inicia en este tipo de negocios y le enseña todo lo que sabe sobre el vino.

Casi al mismo tiempo, principios de los años 40 reabre una vieja panadería también en aquella ciudad, aprovechando los conocimientos que de este tipo de negocios tenía mi abuelo materno Antonio del Moral Moreno, y lo sitúa al frente de la misma. Mi querido abuelo no había hecho otra cosa en su vida que amasar y cocer pan. Trabajó en todas las panaderías de Cádiz, desde su más tierna infancia, llegando muy joven a ser maestro panadero, pero le faltaba la decisión necesaria para establecerse por su cuenta. Solicitó el préstamo necesario y ambas empresas separadas por apenas cincuenta metros, progresaron rápidamente, convirtiéndose en excelentes fuentes de ingreso.

Brindis en la Cueva. Foto: AFF

En mayo de 1942 contrae matrimonio en aquella ciudad, con Manuela del Moral Espinosa y en la misma panadería establecieron su primer domicilio. Ambos negocios no existen en la actualidad, porque en sus solares se han construido viviendas.

A finales del, año 47 y principios del 48, mi padre acepta hacerse cargo de la administración de la 'Electra Villariezo', fábrica de electricidad que suministraba este tipo de energía al pueblo de Vejer de la Frontera. Era propiedad de los Condes de Villariezo y traslada su domicilio a aquella ciudad.

Por esta fecha, la pareja tiene cuatro hijos: Manuel, María del Carmen, Francisco y Antonio y es allí donde nace su quinto retoño, José Luis. De vuelta a San Fernando al cabo de pocos años, nacen Eloisa y Enrique. El matrimonio tuvo siete hijos de los cuales, en esta fecha vivimos seis, faltando desgraciadamente el más pequeño.

Después de esta breve experiencia en Vejer, donde fue ayudado por su hermano Domingo en el tema contable, retorna nuevamente a sus negocios que parcialmente había abandonado y su ilusión era entonces abrir nuevos establecimientos en Cádiz. Efectivamente así fue. Conoce que en la calle Magistral Cabrera 7, se alquila el local de la planta baja. En esta vieja casa, en la que vivió el Magistral, fue la última vivienda que ocupó mi abuelo paterno Francisco y en ella vivió más de veinte años con algunos de sus hijos ya casados y otros aún solteros.

En el año 54 la alquila y una vez acondicionada abre al público la que se llamó 'Bodega San Juan'. La finca tenía entrada por la calle Magistral Cabrera y salida por la de San Juan y creo que antes había sido un cocedero de gambas. La finca tenía tres plantas de viviendas y todas con balcones a las dos calles mencionadas.

El negocio prospera y al cabo de unos años, se ve obligado a arrendar una accesoria, no muy ancha pero bastante profunda en la misma calle San Juan, frente a la bodega y justo delante del despacho al público para mujeres. Dicho local serviría como desahogo del principal, principalmente como almacén de botellas, garrafas, tapones, barriles de todos los tamaños y hasta incluso para grandes bocoyes, y es aquí donde empieza la historia de 'La Cueva del Pájaro Azul', que tuve la suerte de vivir." (9)

Foto: AFF

La casualidad desveló un hallazgo inesperado en el viejo caserío gaditano. Discurrían los procelosos años finales de la década de los cincuenta. El próspero negocio del bodeguero gaditano necesitaba una accesoria cercana, que le diese alivio a la aglomeración de material propio del ramo: garrafas, botellas, tapones y barriles de muy diversos tamaños. Justo enfrente del establecimiento de vinos, existía un local en la misma calle San Juan, cuya propietaria era una señora que residía en Madrid y que accedió a alquilárselo (10).

Foto: Eugenio Belgrano

Cuando los operarios de la bodega colocaban de pie un gran bocoy, con motivo de la limpieza que se le efectuaba al nuevo almacén, una súbita resonancia grave retumbaba bajo el suelo del local, señal inequívoca de que, bajo el piso firme, existía una gran oquedad, de unos 250 metros cuadrados (aproximados), que resultaron ser grandes bóvedas de cañón, de diferentes tipologías y épocas, conectadas entre sí por gruesos muros; un habitáculo subterráneo que en algún momento de la historia unió distintas bóvedas que conectaban a su vez con un pozo de mareas que, asimismo, abastecía a distintos aljibes, como se ha comprobado en la cartografía del siglo XVII.

Foto: AFF
Autorizados por la dueña de la accesoria y piqueta en mano procedieron los operarios a abrir un boquete en el suelo y apareció una enorme superficie bajo el subsuelo del local. La noticia corrió como un reguero de pólvora y enseguida brotaron explicaciones de todo tipo, pseudo veraces e historicistas, alimentadas por la literatura de cronistas locales —muy propio de aquellos tiempos—, de supuestos bandoleros dedicados al contrabando, que conectaban la playa con la cueva, en una calle, entonces "de tapadillo", por su contrastada, conocida —y tolerada por las autoridades— relación con la prostitución. Nuevamente las palabras de Manuel Fedriani —hijo— nos ilustran con exactitud los hechos del hallazgo de la cueva:


Foto: Eugenio Belgrano
"¿Cómo se descubrió la cueva? Este acontecimiento contado mil veces, por todos los que fuimos testigos, nunca fue escrito al menos que yo sepa. Fue pura casualidad. Los acontecimientos se desarrollaron así: transcurren algunos meses después de haber arrendado el local de desahogo y en la mañana de cierto día que lamento no recordar, se encontraba un arrumbador organizando y limpiando la accesoria. A unos seis u ocho metros de la puerta había un bocoy de grandes dimensiones y de bastante peso en su postura normal y al voltearlo para ponerlo de pie y dejar más espacio libre, sonó un gran estruendo. El trabajador en cuestión quedó sorprendido y repitió el movimiento para cerciorarse de que lo que había oído era cierto. 


Foto: AFF
Rápidamente cruzó la estrecha calle San Juan y la bodega, y dio la noticia a mi padre que estaba en la oficina que daba a la calle Magistral Cabrera. Retornaron al lugar y repitieron varias veces la misma operación. No había dudas. Debajo de aquel suelo había algo hueco, hasta ese momento desconocido y por eso se oía aquel tremendo ruido. Debe ser un pozo, se decía en un principio. Con la correspondiente autorización de la dueña de la finca a la que se pidió permiso a través de su administrador vivía en Madrid se hizo una perforación en el lugar exacto donde estaba el barril y así poder averiguar qué es lo que allí había y poder despejar la incógnita.


Foto: Eugenio Belgrano

Una vez agujereado el suelo de la accesoria, no sin antes dar miles de golpes con cincel y martillo, se arrojaron varios trozos de papel a los que previamente se les había prendido fuego. El objetivo era saber la profundidad que tenía aquel supuesto pozo y si tenía agua. El papel encendido bajaba lentamente cinco o seis metros, se apoyaba y seguía ardiendo hasta convertirse en cenizas. Esta faena sólo podía ser presenciada cada vez por una persona, dada la pequeñez del agujero. Un pozo parece que no es se decía tal vez sea una cueva, un pasadizo secreto o un aljibe fuera de uso.


Foto: Eugenio Belgrano
La noticia corrió como la pólvora por todo el barrio, se había descubierto una cueva en la calle San Juan. Las gentes rechazaron de inmediato que fuese un pozo, una aljibe o pasadizo de los muchos que hay en Cádiz, sin tan siquiera conocer la sentencia de un especialista en el tema. El morbo hacía pensar que allí podía haber tesoros ocultos desde épocas remotas, enterramientos o vaya usted a saber qué cosas.

Después de los papeles, se procedió a descolgar una lámpara eléctrica que diera una visión mucho más diáfana. Se preparó y se bajó el artilugio lentamente y ya se pudo comprobar que aquello parecía una habitación. Se columpió el cable de un lado a otro y dio la impresión de que el habitáculo era bastante grande. ¿Qué otra cosa se podía hacer? Estaba muy claro, había que intentar bajar. Era necesario que una persona bajase, pero había que ensanchar el hueco abierto, porque por el que se había hecho no entraba el cuerpo de un hombre por muy escuálido que fuere.



Foto: Eugenio Belgrano

Al día siguiente, golpes y más golpes aquel suelo estaba durísimo hasta dejar el orificio lo suficientemente grande para el paso de una persona y fue el mismo albañil que lo hizo, conocido por "El Cordobés" por su procedencia, el que se prestó voluntario a bajar. Atado por la cintura con una fuerte cuerda, se deslizó por una larga escalera de madera. Tanto él, como los que estábamos arriba estábamos muy emocionados y el corazón nos latía como el de un torero delante del morlaco. ¿Qué era aquello? Pronto íbamos a salir de dudas.


Foto: Eugenio Belgrano
Don Manuel, gritó desde abajo con voz temblorosa, tal vez, agarrotado por el miedo el suelo es de tierra y está muy húmedo porque las paredes de piedra chorrean agua. Siguió vociferando con su acento cordobés y sin moverse del sitio donde había puesto los pies dijo, ¡tanto a un lado como al otro hay bastantes metros pero no es muy ancho! Efectivamente, así era por el lugar donde bajó, pero después comprobó que había más anchura en otras dependencias. ¡Muévete un poco! le dijo mi padre, y así lo hizo. Con más miedo que otra cosa siguió avanzando lentamente. Chillaba e informaba a los de arriba, aunque a medida que se alejaba sus gritos se oían con menos intensidad. Esto es bastante grande, nos decía, llegando hasta donde alcanzó el cable de luz y sano y salvo retornó. Tiene varias habitaciones dijo tanto a un lado como a otro y seguramente hay algunas más, pero la luz no me alcanzaba para seguir." 


"En un principio, mi padre no sabía a que iba a destinar el hallazgo, seguramente lo tenía en mente, pero prefirió no decir nada. Pero sin solución de continuidad hizo construir una escalera para tener un acceso fácil; dispuso resanar y encalar las paredes que estaban en muy mal estado por no decir impresentables; ordenó apachurrar el piso con albero y mandó hacer una instalación eléctrica provisional no excesivamente buena, pero que servía. Dotó también al establecimiento de unas sencillas mesas de madera y unas sillas de tijera y así quedó por algún tiempo.

En estas condiciones, la familia y amistades, celebramos muchas y divertidas comilonas, unas veces aprovechando cualquier efemérides y otras sin ningún motivo. Un picante guiso de caracoles, unas sabrosas 'papas aliñás', un menudo con todos sus grasientos ingredientes, una rica paella valenciana, un fresquito gazpacho andaluz, una exótica sopa de tortuga y algún que otro frito gaditano fueron ingeridos antes de su inauguración oficial. ¡Ah, se me olvidaba, todo regado con excelentes vinos! Pequeñas dosis pero continuas, como solía decir mi añorado padre. Este líquido elemento no podía faltar nunca en la mesa, estábamos en la casa de un vinatero.

Transcurre el tiempo y poco a poco, se va haciendo a la idea de que aquello puede ser un negocio interesante y se rodea de una serie de expertos para decorar el local como una taberna típica y la vez restaurante. En Cádiz, no hay nada parecido que esté por debajo del suelo de la calle. Se decoran las paredes con grandes carteles de toros donde cabían, porque no todas las habitaciones tenían la misma altura; adquiere infinidad de objetos antiguos: pistolas de bandoleros, velones, candiles, ánforas, cuadros, platos de cerámica, etc., que con esmero y buen gusto van los restauradores ordenando su colocación en paredes y estanterías.



Antes se había enladrillado el suelo, con las piezas más viejas que se encontraron, venidas de no sé donde. Se recubren algunos muros con rollos de esparto a distinta altura, según la habitación para evitar la humedad que seguía incordiando y manda construir un mobiliario adecuado al sitio, rústico pero a la vez cómodo, que hizo in situ el maestro carpintero, Torrejón. Dota al establecimiento de todo lo necesario y tanto la cristalería como la vajilla tenían grabado el sello de 'La Cueva del Pájaro Azul', Del mismo modo, cada catavino tenía grabado un número en color rojo, que no se repetía. De esta manera nadie podía beber en la copa de otro. Este sencillo y curioso detalle no lo he visto en ningún otro establecimiento del ramo y afortunadamente hoy, mis hermanos y yo, conservamos una gran parte de estos recipientes. Es uno de los más preciados recuerdos que conservamos con orgullo." (11)


Foto: AFF




Adecentado el local y con un mobiliario acorde con la fábula y la leyenda bandolera, se abrió el negocio, que funcionó como restaurante y lugar de encuentro de amigos, en el que se cultivó con profusión el arte flamenco. Se reservó el derecho de admisión, con vigilantes en la puerta, ataviados de bandoleros, a pesar de lo cual, tuvieron que sortear con algún que otro problema.


Juerga en la Cueva. Entre otros, El Cojo Peroche y El Niño de los Rizos
Foto: AFF

Uno de aquellos bandoleros figurantes, que así se vestía, sólo cuando había un acontecimiento de cierta relevancia, fue Antonio Vargas, el Cojo Peroche, hermano del cantaor Manolo Vargas y primo de Juan Vargas, que afincado en San Fernando, fundó La Venta de Vargas. Como es de imaginar, dado su carácter y su enorme gracia, El Cojo Peroche generó cientos de anécdotas por las respuestas ingeniosas que daba a cuantos comentarios le hacían a su atuendo. "La Cueva de la Alegría" iba a ser el primer nombre del establecimiento. Finalmente: "Pájaro Azul. Negocios y Vinos" —rezaba la placa—. Así, de un hallazgo absolutamente casual y de la iniciativa emprendedora de un buen y visionario empresario gaditano, nació La Cueva del Pájaro Azul.

















Canalejas de Puerto Real, con las guitarras de Alfonso y Manuel Labrador, llegó a grabar un disco de 45 revoluciones por minuto (single), con el título de La Cueva del Pájaro Azul, en donde interpretaba unas cantiñas, rematadamente mal escritas, no ya porque rimaba azul con azul —que así rima cualquiera—, sino porque al autor anónimo le hubiera servido la rima asonante: "luz" con "azul", si hubiese situado la cueva donde verdaderamente estaba (Costa de la Luz), toda vez que la ubicó en Francia:
                                               
                     En Cádiz, en la Costa Azul
                     en la calle de San Juan,
                     juntito a la Catedral:
                     La Cueva del Pájaro Azul.

Prosigue Fedriani del Moral:



"Con motivo de la visita del célebre cantaor Canalejas de Puerto Real, a La Cueva, allá por el año 1966, entre otros temas que se trataron durante la comida, acordaron grabar un disco pequeño que cantaría el propio Canaleja y al que también pondría la letra. Las condiciones pactadas ya nos la recuerdo y tanto uno como otro se las llevaron a la tumba.

Por casualidad estuve presente en aquel almuerzo y recuerdo que degustamos el plato típico de La Cueva. Servido en una grande cazuela de barro rojo, tenía los mismos ingredientes de los famosos huevos a la flamenca, a saber: patatas fritas a taquitos, chícharos, en otros lugares le llaman guisantes con lo fácil que es decir chícharos, rodajas de chorizo y lonchas de jamón serrano, espárragos blancos, tomates fritos, pimientos morrones y como es natural, dos huevos en todo lo alto, con el correspondiente “pan pa mojá”. Pero este exquisito plato tenía debajo un secreto: un gran filete de carne, que era la diferencia con aquellos. Si la memoria no me traiciona se llamaba, 'Huevos a la Cueva', o algo parecido." 












El establecimiento contó con el apoyo de todas las autoridades de antaño. A las nueve de la noche del 13 de febrero de 1960, el alcalde José León de Carranza, en compañía del concejal de fiestas, Vicente del Moral, era obsequiado dentro del local con un pergamino y una escultura de porcelana, que le entregó Paco Alba, en representación del numeroso gremio de los comparsitas gaditanos.



Paco Alba y José León de Carranza. Foto: AFF
José León de Carranza. Foto: AFF

Al acto asistieron todas las personalidades y autoridades más destacadas de la época: Ramón Solís, Antonio Perea, Marqués de Arellano, Manuel AccameRamón Grosso, César y José María Pemán, Álvaro Picardo, José Paredes, Benito Cuesta y otros muchos.

José León de Carranza y distintas autoridades. Foto: AFF
Vicente del Moral y Aurelio de la Viesca. Foto: Juman (AFF)
Firma en el libro de honor. Foto: AFF
Foto: Juman (AFF)
Miguel Borrul tocando por alegrías. Atrás, Curro la Gamba. Foto: AFF

En la fiesta inaugural, en la que se sirvió un ágape, regado con "Fino la Cueva", participaron los bailaores Pilili y Cigarrito, las bailaoras Encarna Silva y Mari Borrego la Torbellino; las guitarras de Miguel Armario Borrull y Antonio de Ávila y el cante de Manolo Córdoba, Ramón Romero y una —entonces joven— promesa: Juan Silva, que al tenor de la crónica fue la sensación del momento:


Juan Silva. Foto: Kiki

"Surgió entonces una grata sorpresa. Cantó Córdoba un par de fandangos y presentó a un niño: Juanito Silva, hermano de la gran bailaora. Encarnita. Juanito ‘dijo’ dos fandangos y se ganó una gran ovación. Hay madera de artista de categoría."

Y ya lo creo que había madera. De caoba, además. Juan Silva Navarro, se convirtió, andando el tiempo, en un gran depositario de los cantes de Cádiz y los Puertos, a pesar de que su figura no trascendió, apenas, los límites de su ciudad natal, aún participando en 1986 en la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla. Fue todo un referente y un excepcional saetero, con particular especialización en la saeta carcelera, de la que obtuvo tres máximos galardones consecutivos, así como numerosos primeros premios en su palmarés, desde el Concurso de Alegrías; el Concurso de Tientos, o el Concurso de Saetas. Conoció toda la baraja estilística del cante de su natural adscripción: la soleá de Cádiz, las seguiriyas, la malagueña del Mellizo, el fandango personal de Magandé —que se lo cantó de forma admirable en medio de la calle El Charpa, según nos refirió personalmente—; así como todo el grupo de las cantiñas y tangos.



Antonio el Bailarín. Detrás, de pie, Enrique Treviño. Foto: Juman (AFF)
Jean Cocteu, Premio Nobel de Literatura. Foto: Juman (AFF)
El Cojo Peroche, bromeando con Antonio el Bailarín. Foto: Juman (AFF)
Foto: Juman (AFF)

El 25 de julio de 1960 fue agasajado en su interior el Premio Nobel de Literatura, francés, Jean Cocteu, que, acompañado del director de la Biblioteca Española en París, Manuel Sito, Paul Guinard, profesor del Instituto Francés de Madrid y la Duquesa de Medina Sidonia, le prepararon un frito gaditano con las actuaciones de El Niño de la Rosa, el baile de Charo Cortés y de Pilili; y el toque de Eloy Blanco. La cueva fue inaugurada el 12 de agosto de 1960 y por su interior pasaron todas las personalidades de la época.



Con los anfitriones: La Perla de Cádiz, Curro la Gamba
y Encarnita Silva. Foto: AFF
Con los amigos en la barra. Foto: AFF
Atendiendo a los invitados. Foto: AFF
Fueron muchas las personalidades que visitaron la cueva. Nuevamente las palabras de Manuel Fedriani —hijo— para contárnoslo:

"Aparte de las ya mentadas personalidades que asistieron a su apertura y otras citadas en otros apartados, puedo añadir los siguientes nombres: el mundialmente famoso bailaor de flamenco, Antonio; la ‘supervedette’ sueca, Lill Larsson, a la que llamaban la Venus Rubia; Castillo Puche; el ilustre escritor y poeta gaditano, José María Pemán; la gran artista Lolita Sevilla; la Excma. esposa del general Varela, Dª Casilda Ampuero y su hijo José Varela; el periodista, Manuel Marlasca; la miss España, Carmen Cervera; la cantante y actriz, Marisol; la bailaora, María Rosa; la también cantante, Micaela; Rafael Landín; el último Nóbel español Camilo José Cela; la cantaora gaditana La Perla; el que años más tarde sería el número uno, Camarón de La Isla; el periodista Tico Medina; el magnifico pintor de carteles de toros, Sr. González Conte; los famosos cantaores de flamenco Juan Pérez Sánchez, Canaleja de Puerto Real, Antonio Mairena, Manuel Mairena y Amós Rodríguez, hermano del Beni de Cádiz; el embajador de Venezuela, Sr. Capriles, etc. etc., y otros muchos que seguro, se quedan en el tintero." (12)

 Brindis con 'Fino la Cueva'. Foto: AFF
Los grandes locutores de la época. A la derecha,
Laureano Martínez de Pinillos. Foto: Juman (AFF)


Niño de la Pelota y Laureano Martínez. Foto: Juman (AFF)

El Concurso de La Cueva del Pájaro Azul estuvo conjuntamente organizado por Radio Cádiz y creó una enorme expectación en la ciudad. TVE acudió en una de sus fases preliminares para grabarlo y en algunas ocasiones fue transmitido también por Radio Antequera, Radio Almería y Radio Toledo.



Santiago Donday con la guitarra de Eloy Blanco. Entre ambos, Antonio, abuelo de Manuel Fedriani, gran entendido y excelente cantaor no profesional. Foto: Juman (AFF)
Las grandes triunfadoras del certamen: María Vargas, Eloy Blanco
y La Perla de Cádiz. Foto: Juman (AFF)

Un viejo en la barriga. Con la cejilla al 6 'por arriba', Camarón de la Isla
ante el jurado de La Cueva del Pájaro Azul.
Camarón en la Cueva. Cejilla al 7 'por arriba'. Al toque, Miguel Borrull
Mercedes Broco, El Morcillero, La Perla, Miguel Borrull, Curro la Gamba y Encarnita Silva
Manuel Fedriani: un buen anfitrión. Foto: Juman (AFF)

Se distribuyeron 25.000 pesetas en premio y concitó la visita de muchos artistas de Cádiz, los Puertos, Jerez y otras provincias vecinas, como Sevilla y Córdoba. La final se celebró en julio de 1961 y fue así contada por el redactor de Diario de Cádiz:

Foto: Juman (AFF)
"Mucho público en la taberna típica ‘La Cueva del Pájaro Azul’. Un ambiente extraordinario dentro de aquel agradable rincón gaditano. Entre los asistentes muchos flamencos, aficionados de verdad, de los que gustan del cante en sus más puras esencias. Una reunión agradabilísima y los micrófonos de Radio Cádiz lanzando a las ondas el acto de entrega de premios del I Certamen Nacional de Cante Flamenco. Ha sido grande el esfuerzo de ‘La Cueva del Pájaro Azul’. Jubo fiesta grande. Cinco mil duros se entregaron a los artistas premiados. Dos mujeres obtuvieron primeros premios. Una de ellas Mariquita Vargas, de Sanlúcar de Barrameda. La otra, Antonia Vargas, ‘La Perla de Cádiz’, apellido de solera en el arte de ‘decir’ los cantes. Mariquita, premio en seguidillas y la Perla en bulerías. Dos cantes grandes. También recibieron premios Manuel Soto, de Jerez; Manuel Molina de Cádiz, Rafi Santiago, de Jerez; los gaditanos Antonio Mera ‘Almendrita’, Santiago Donday, Manuel Moreno Niño de la Viña y Francisco Ruiz Niño del Solano, Joaquín Guerrero el Palma de San Fernando y la joven promesa Margarita Gallo, de Cádiz."


Margarita Gallo con la sonanta de Miguel Borrull. Foto: Archivo González Piñero
El Niño de la Pelota con el toque de Eloy Blanco. Foto: Juman (AFF)
Foto: Juman (AFF)
Segunda parte del libreto de 'El Pájaro Azul y sus matuteros'. Contraportada con el anuncio del Bazar Español, regentado por José García Díaz (abuelo materno de quien suscribe)


Rancapino, Camarón, El Pinto y El Bojiga en la Cueva

Al año siguiente, durante las Fiestas Típicas de 1962, un coro (13) patrocinado por Manuel Fedriani, dueño del establecimiento, con letra de Gustavo Rosales Márquez, música de Paco Alba y Manolo Bravo, y la dirección de El Quini, salió bajo el título de "El Pájaro Azul y sus matuteros", cuya solicitud de salida decía así:

“EXCMO. SEÑOR PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE FIESTAS DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE CÁDIZ.-

Croquis de 'El Pájaro Azul y sus Matuteros' (1962) AHMC
El que suscribe, Joaquín Fernández Garaboa, domiciliado en Cádiz, calle Hércules, nº 21 (Director de coros gaditanos), tiene el honor de dirigirse a su Excelencia para notificarle que con motivo de las próximas Fiestas Típicas del año 1962 tiene el proyecto de formar y dirigir un coro en carroza compuesto por 17 individuos, éstos son 12 cantantes, 3 músicos y 2 postulantes.
Esta información es para solicitar de su Excelencia el permiso para actuar en el concurso de coros y chirigotas que todos los años se viene dando en el Gran Teatro Falla, y al mismo tiempo poder contar con la subvención que esa digna Comisión viene dando todos los años a los concurrentes.
Sobre la reducción del personal en los coros, tengo que el atrevimiento de recordarle que la aficción (sic) está deseosa de ver y escuchar éstos coros reducidos, como en otra época anterior lo hicieron con los Coros siguientes: ‘Las doce figuras de la Baraja’, ‘Fantomas o Banda de los 13’, ‘Arlequines Mundiales’, ‘Viejos Demócratas’ y otros, y así sería mayor el número de coros a concursar.
El coro que tengo en proyecto, contando ya con su permiso, es tan gaditano como su título, pues éste es ‘EL PÁJARO AZUL Y SUS MATUTEROS’
Esperando sea bien acogida por su Excelencia esta petición mía, para bien de todos los gaditanos.
Es gracia que espera alcanzar de V.E. cuya vida guarde Dios muchos años.
Cádiz, 11 Octubre de 1961.
Joaquín Fernández Garaboa (rubricado).” (14)

Joaquín Fernández Garaboa 'El Quini'. Foto: AFF
Al margen de los formalismos propios de la época y del lenguaje extremadamente burocrático de esta instancia —que no difiere de las restantes de su tiempo— llama la atención el tono, tan cercano y amigable, con el que El Quini se dirigía a José León de Carranza, alcalde de la ciudad, y el apunte historicista que le hace, respecto del número de componentes, como justificando su proyecto de coro reducido, e incluso, subrayando la hipotética virtud de su novedosa propuesta: "así sería mayor el número de coros a concursar". Cierto que El Quini —aparte de un excelso aficionado— fue un ex combatiente de la División Azul, y no menos cierto que estaba muy bien mirado por los mandatarios de aquellos tiempos, sin que ello menoscabe su gran valía como corista y director de coros.


"El Pájaro Azul y sus matuteros". Entre otros, Manuel Merello 'El Rubio del Aceite', Manolín Cía, Fernando Pérez Corzo, Antonio Rivera y Joaquín Fernández Garaboa 'El Quini'















Gracias a un insólito documental de la televisión alemana, —cuando el color aún no había llegado a las pantallas de los televisores, en España— contamos hoy con un, casi único, testimonio audiovisual de Aurelio Sellés, que abre las imágenes descendiendo las escaleras de la Cueva, para darle el encuentro e incorporarse a una reunión en la que le esperan: La Perla de Cádiz, su marido Curro la Gamba entre el público, la guitarra de Manuel Morao y el baile de un jovencísimo jerezano, Dieguito de la Margara —sobrino de La Paquera de Jerez—, que el transcurso del tiempo convertiría, además de en un gran artista y bailaor, en un excepcional futbolista del Cádiz C.F., que "bailaba" con el balón en el Ramón de Carranza, con el mismo arte y desparpajo que lo hacía en su barrio de Santiago.

 Dieguito de la Margara y Mágico González. Tardes de gloria para un Cádiz de primera

La Perla está pletórica de facultades. No esconde su timidez, que asoma ante las cámaras teutonas, pero está fresca y con su manantial de voz, redonda y tremendamente acompasada. Canta primero sola, por bulerías, al seis "por medio", con el más puro toque rancio jerezano de Manuel Morao (tío de Moraíto), en el que predomina la técnica de pulgar e índice y golpeo en tapa armónica del anular:



A pesar de la avanzada edad de Aurelio en este vídeo, que ya se acompaña de bastón, está inconmensurable por alegrías y con una fuerza en el macho final, impropia ya de su longevidad. No es el mismo que embarcó en el buque Covadongas, para actuar en los actos de la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra (claro que no); pero sigue manteniendo el regusto salino inequívoco y la maestría en su escuela de cante. Tuvo y retuvo. Paladar y paladá que tiene:



Baile y toque de Jerez de la Frontera, y cante de Cádiz, en La Cueva del Pájaro Azul; santuario que marcara toda una época del Cádiz flamenco, en la década de los años sesenta, y que este fardo te trae, con el olor a vino de canilla y a humedad de la murallita del Sur, para disfrute de sus lectores. La Perla de Cádiz, acordándose por bulerías de su madre Rosa la Papera, le canta al niño Dieguito de la Margara, que baila con extraordinario oficio, ante los maestros gaditanos, una vez que el joven se sacude la vergüenza ante las cámaras. Muchos años después, ése mismo niño que baila como un 'viejo' y que viste camisa a cuadros rojiblanca (¿premonición?), marcaría el gol que le dio el primer histórico Trofeo Ramón de Carranza al Cádiz C.F. contra el Sevilla F.C.:



La película Flamenco de Carlos Saura, nos trajo cuarenta años después a un Dieguito de la Margara, bailando con aquel ciclón del cante que fue la gran Francisca Méndez, la Paquera de Jerez:


Carlos Edmundo de Ory, Fernando Quiñones
y José Manuel Caballero Bonald


Para Fernando Quiñones, que vivió de pleno dicha etapa del mítico colmao, coincidente, por otra parte, con la primera de las distintas monografías que sobre flamenco escribió (el interesado en conocerlas con detalles, pinche aquí), ofreció una de las razones de su desaparición y nos contó cómo la cueva sirvió de estudio de grabación para el Premio CervantesJosé Manuel Caballero Bonald en su obra discográfica: Archivo del Cante Flamenco: "Un intento de taberna y tablao, La Cueva del Pájaro Azul, instalada en un añoso y sugestivo subterráneo de la calle San Juan, al que unas obras descubrieron de manera casual, languideció como tal tablao por insuficientemente servicio de artistas, pero fue marco de algunas reuniones memorables y, una tarde de 1967, de las grabaciones gaditanas efectuadas para el Archivo del Cante Flamenco, que dirigiera Caballero Bonald y que es una obra esencial de la discografía flamenca. El Mellizo Chico, fallecido poco después y cuyos nobles cantes, por escasez de voz no pudieron ser aprovechados; Juan Mojiganga, aquejado del mismo inconveniente, pero cuyas soleares y bulerías, valiosas y de gran corte, fueron luego lanzadas parcialmente, con las de otros cantaores, en un microsurco de Ariola-Eurodisc; el fragüero y jondísimo Santiago Donday, también en soleá, y Antonio Almendrita en cantiñas y saeta, con la guitarra del Niño de los Rizos, protagonizaron la velada; se completó la participación gaditana en el Archivo con otras grabaciones de Pericón y Amós Rodríguez, respectivamente efectuadas en Madrid, Sevilla y Alcalá de Guadaíra. (15)

Las viejas cintas magnetofónicas que grabaron los concursos de La Cueva del Pájaro Azul, afortunadamente, han podido ser digitalizadas por quien suscribe (16), gracias a la gentileza de Antonio Fedriani del Moral, que las rescató de una finca que, al poco tiempo, se derrumbó. Y gracias, asimismo, a su hermano Manuel Fedriani del Moral, que puso a nuestra disposición todo el material. Las cintas de carrete abierto de Revox —contra todo pronóstico, ya que presentaban un pésimo estado de conservación, debido a las humedades de la propia Cueva— han desvelado, sin embargo, un sonido de extraordinaria calidad, para tratarse de un material que había estado bajo condiciones muy inadecuadas (baste decir que desde la cocina de la cueva se oían, fuertemente, los embates de la mar). En su momento, será un placer mostrarla y compartirla con todos.



Una prueba de mala praxis y de cómo se clonan las falacias, con sorprendente facilidad, de un periodista a otro, o de un investigador a otro —con el, lamentable, copia/pega— la tenemos en la casi totalidad de las biografías que, sobre José Mercé, circulan por la red, en las que se asegura que el jerezano debutó en La Cueva del Pájaro Azul. A nosotros, nos lo desmintió personalmente en directo, ante los micrófonos, mostrando él mismo la extrañeza por lo extendido del error. José Mercé debutó en Cádiz, sí; pero en El Tablao. Y esa es otra historia, otros dueños, otra etapa flamenca de Cádiz, otras circunstancias, que, llegado el caso, ya arribarán en un fardo.

Entretanto, disfruten de esta magnífica colección de imágenes, de 56 fotografías, la mayoría de ellas inéditas y pertenecientes al fondo familiar de la familia Fedriani del Moral, y sirvan de homenaje y reconocimiento a ese gran hombre, vinatero de vocación y devoción; empresario, visionario y mejor padre de familia que fue: don Manuel Fedriani Consejero.
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(1) BALMASEDA GONZÁLEZ, Manuel, Primer cancionero de coplas flamencas populares según al estilo de Andalucía (1881). Edición y prólogo de Enrique Baltanás, Sevilla: Signatura flamenco, 2001 (pág. 22).

(2) RODRÍGUEZ MARÍN, Francisco, Cantos populares españoles, recogidos, ordenados e ilustrados, Sevilla, 1883 (págs. 404-408).


(3) PEDRELL, Felipe, Cantos andaluces: coplas de contrabandistas, guapos, chavales y matones del cantaor Silverio; puestas para piano con letra para canto por F. Peláez, Barcelona: Manuel Salvat, 1893.


(4) CARO BAROJA, Julio, Ensayo sobre la literatura de cordel, Madrid: Ediciones Itsmo, 1990 (pág. 126).


(5) La Tertulia, 6 de enero de 1850. (Agradezco a Gregorio Valderrama Zapata la localización de este documento).

(6) MACHADO Y ÁLVAREZ, AntonioColección de cantes flamencos, recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez "Demófilo". Edición, introducción y notas de Enrique Baltanás, Sevilla: Portada Editorial, 1996 (pág. 196).

(7) Ibídem. Pág. 298.


(8) No sólo Vila Valencia, también Ramón Grosso y Álvaro Picardo, defendieron la tesis de la cueva bandolera: "El doctor don Ramón Grosso, uno de los hombres que mejor conoce las leyendas gaditanas, lo negó. No era un aljibe. Era la cueva donde desarrolló toda su actividad delictiva un legendario pirata conocido como el 'Pájaro Azul'. Y se agregó que si se exploraba a fondo se llegaría por sus pasadizos hasta la mismísima muralla, en el Campo del Sur. Pero como la mar, rugientemente amenazante se deja oír en la cueva, nadie ha querido buscarle los tres pies al gato del Atlántico. Y la cueva, decorada siguiendo las instrucciones del doctor Grosso, es hoy templo del cante y esencia de Cádiz". Véase: MARLASCA PÉREZ, Manuel, Estampas del verano, en ABC (Madrid), 3 de septiembre de 1968. Al día siguiente de la inauguración del local, 'Gisaon' firmaba la siguiente crónica: "Teníamos, como digo, la 'Cueva', pero había que encajar un misterio dentro de unas determinadas características y entonces, la casualidad, pródiga colaboradora de estas tareas del espíritu, nos salió al paso, para personalizar una figura gaditana, que supervivía olvidada en nuestra historia local. Esta vez la fortuna nos hizo dar con una historia de costumbres, deliciosamente cursi, editada en la 'Revista Médica', en el año de 1868, titulada 'Cádiz y sus misterios', y que poseía nuestro compañero y amigo Álvaro Picardo". Diario de Cádiz, 13 de agosto de 1960.


(9) FEDRIANI DEL MORAL, ManuelLa Cueva del Pájaro Azul (inédito), Cádiz: 2007 (págs. 2-6).

(10) Esta señora no tuvo descendencia. Transcurrieron los plazos legales, nadie reclamó y la finca pasó a manos del ayuntamiento de Cádiz que, en la actualidad, busca comprador. Véase el siguiente anuncio de Procasa, publicado en noviembre de 2013:




(11) FEDRIANI DEL MORAL, ManuelIbídem. Pág. 4-5.

(12) Ibídem. Págs. 22 y 23.

(13) Con posterioridad, en 1997, una comparsa de Manuel Pecci y Romero Lobón, concursó bajo el título de "La Cueva del Pájaro Azul". Por otra parte, en 2007, un musical flamenco se quedó en el tintero de los proyectos de Antonio Martínez Ares y Manuel Ruiz Queco, autor del célebre 'Aserejé' a quien hemos de perdonar el lapsus de la fecha del descubrimiento de la cueva y su ubicación exacta, en las siguientes declaraciones a la prensa: "Según explicó Queco a ABC, el montaje versará sobres las anécdotas y vivencias que tuvieron lugar en la cueva del Pájaro Azul, un local del muelle gaditano, surgido en los años 40. Actualmente, Queco y Martínez Ares se encuentran inmersos en la composición de las piezas.", ABC, 7 de octubre de 2007.

(14) Archivo Histórico Municipal de Cádiz. Caja número 6.283.


(15) QUIÑONES CHOZAS, FernandoDe Cádiz y sus cantes. Guía de un folklore y una ciudad milenarios, Barcelona: Fundación José Manuel Lara, 2005 (pág. 92).

(16) Con la inestimable ayuda de mi compañero, Javier Alcedo.